Johannes Kabatek (2023): Eugenio Coseriu. Beyond Structuralism. Berlin: De Gruyter. 325 pages + XIII. ISBN 978-31-10-716153. eISBN 978-31-10-716573.

Este es un libro muy notable y antes de entrar en su análisis quiero aludir a los paratextos. El primero y más obvio es el título. Resulta curioso que acabe de publicarse la segunda edición [la primera es de 1983] de Michel Foucault. Beyond Structuralism and Hermeneutics, una obra de Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow en la que se alaba la postura filosófica de Foucault y sobre la que el autor estudiado manifiesta su conformidad, según afirma explícitamente en el epílogo y en la entrevista con que se cierra el volumen. Desgraciadamente Coseriu –fallecido en 2002– no puede epilogar el libro de Kabatek, pero también le concedió una entrevista, solo que aparecida mucho antes, en 1997: Die Sachen sagen wie sie sind: Eugenio Coseriu im Gespräch (Tübingen, Gunter Narr). Traigo a colación la similaridad entre estos dos libros no porque Coseriu y Foucault tengan mucha relación, sino porque estas dos obras se inscriben en una misma trayectoria epistemológica que se propone trascender el estructuralismo clásico en la actualidad. ¿Ya no existe la lingüística estructuralista? Un generativista diría que el estructuralismo fue una etapa precientífica que precedió a la irrupción de la verdad revelada por Noam Chomsky. Esto, aparte de ser una broma, no resulta tan disparatado como pudiera parecer porque Chomsky es el heredero de Zellig Harris, quien a su vez continúa el I.C. Analysis de Hockett, Wells, y, en última instancia, Bloomfield. Es decir, que desde cierto punto de vista Coseriu trasciende al estructuralismo europeo como Chomsky trasciende al norteamericano. Ello situará al lingüista de Tubinga frente al del MIT lo quiera o no (aunque, según se ve en el capítulo 10, en el que Kabatek trata esta cuestión, entró a polemizar con los postulados chomskianos muy a gusto).

Sigo con los paratextos. En la contraportada del trabajo sobre Foucault se alude a su “largely successful effort to develop a new method –«interpretative analytics»– capable of explaining both the logic of structuralism’s claim to be an objective science and the apparently validity of the hermeneutical counterclaim that the human sciences can proceed only by understanding the deepest meaning of the subject and his tradition”. Por su parte Kabatek, en el prefacio de su libro sobre Coseriu, afirma: “The title derives from the aim to show that Coseriu’s thought, even if linked to and based on the systemic study of language structure, goes far beyond structuralism” (p. XIII) y, aunque no se refiera explícitamente al problema epistemológico planteado por el contraste entre objetividad y subjetividad, lo cierto es que todo

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el volumen gira en torno a esta cuestión, según pone de manifiesto al confrontar el primero y el segundo principio gnoseológico coseriano como sigue: “But Coseriu’s position is different from both of the extremes: the first principle argues for exactness and is clearly opposed to any kind of subjective impressionism. But the second principle introduces a distinction between two kinds of scientific objects, those that are external to us, and those that are produced by ourselves as objects of culture” (p. 11). Continúa Kabatek insistiendo en que para Coseriu la lingüística pertenece a las humanidades, es una ciencia cultural, porque los seres humanos como productores de lenguaje saben qué y cómo es el lenguaje de manera intuitiva. En efecto, una de las características más notables de los distintos estructuralismos es que intentaron trascenderse a sí mismos. Según recuerda Kabatek en una nota, en el caso de Coseriu, fue él mismo quien presentó una ponencia titulada “Au-delà du structuralisme” al XVI Congrés Internacional de Lingüística i Filología Romàniques, y esta voluntad de trascender el estructuralismo aparece mencionada cíclicamente en su producción y en la de sus discípulos. No me consta que Coseriu tuviese a Foucault entre sus filósofos favoritos, aunque ambos pueden ser considerados hispanistas a la par que interesados en los fundamentos de la Estética (el libro de Foucault, Les Mots et les choses: Une archéologie des sciences humaines, 1966, se inicia con una amplia discusión sobre las Meninas de Velázquez). Por eso no resulta sorprendente constatar que ambos autores coinciden en basar su pensamiento en la obra de Platón, Aristóteles, Kant y Heidegger, a los que Coseriu añade autores como Herder, Humboldt y Hegel. Esto justifica la consideración de Coseriu como filósofo, tema abordado por Kabatek en el capítulo 8.

Es difícil saber qué esperan los lectores de un autor. Sin embargo, creo no equivocarme cuando digo que la mayoría de los lingüistas modernos asociamos la figura de Eugenio Coseriu a su posición antigenerativista y a su basamento filosófico y que no nos habría sorprendido que el libro de Kabatek hubiese comenzado por estos temas. De esta presunción escapan, naturalmente, los discípulos de Coseriu, que lo conocían mejor que yo, y seguramente también los lingüístas hispánicos, europeos o americanos, pues para ellos Coseriu se identificó durante muchos años con la teoría del lenguaje sin más. Yo mismo me formé bajo estos presupuestos. En la Universidad de Zaragoza, donde estudié Filología Románica, la asignatura de Gramática histórica española consistía en estudiar el manual de Menéndez Pidal, pero las clases las impartía el profesor siguiendo algún libro de Coseriu. El lingüista de Tubinga había sido uncido simbólicamente como el paso siguiente después de Saussure y esta visión se transmitió tal cual a los profesores de enseñanza media y también a sus alumnos, que estudiaban libros de texto en los que el primer capítulo trataba del signo lingüístico y el siguiente de “sistema, norma y habla”. Digo todo esto para que el lector no se llame a engaño: lo que Kabatek ha hecho en la

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obra que tiene en las manos quizá no sea lo que este lector esperaba, pero, desde luego, profundiza en el conocimiento del autor con una intensidad difícilmente superable.

Un paratexto más. Ya que hablamos de los discípulos, es interesante que Kabatek dedique su libro precisamente a sus compañeros de discipulado coseriano, de los que forma parte destacada no solo por sus trabajos, sino también porque se ha hecho cargo del archivo de Eugenio Coseriu, un inmenso legado manuscrito que primero estuvo en Tübingen (donde tuve ocasión de verlo) y que ahora está en Zürich, a cuya universidad se trasladó hace unos años. No me parece exagerado afirmar que la obra de Coseriu está marcada por el personalismo. Se me podría decir que Chomsky, Bloomfield, Saussure o Hjelmslev también tuvieron discípulos. Esto es cierto, pero fueron muchos menos y, sobre todo, lo que pudiéramos llamar ‘posición de cada uno en el organigrama de la escuela’ se halla ausente. En el caso de Coseriu es como si el maestro hubiese establecido un inventario de cuestiones que deben ser tratadas en profundidad y hubiese encargado cada una a la persona más idónea para hacerlo. Me consta que no fue así, pero tengo la impresión de que lo que ocurrió es que los distintos discípulos fueron desarrollando aspectos que Coseriu simplemente había sugerido. He conocido a bastantes y creo no equivocarme: Albrecht, Cartagena, Dietrich, Gauger, Geckeler, Hassler, Kabatek, Oesterreicher, López Serena, Loureda, Schlieben-Lange, Staib, Thun, entre otros, me hablaron entusiasmados del maestro y desarrollaron alguna de sus líneas de investigación. Tal vez por eso en el grupo de Coseriu existe una constancia de los principios que no se ha modificado a lo largo de los años. Kabatek insiste varias veces en esta peculiaridad. Sin duda tiene su origen en un rasgo del carácter de Coseriu, pero también ha llegado a constituir una característica de la escuela en su conjunto.

Lo digo para explicar cómo el índice de este volumen de Kabatek no podía ser otro que el que ha sido. A pesar de que se citan 463 (¡) entradas bibliográficas de Coseriu y 119 (¡¡) sobre Coseriu, lo que en teoría sugiere miles de desarrollos posibles, el libro de Kabatek sigue una trayectoria clara y ordenada, yo diría que implacablemente: cap. 1: “Principios epistemológicos y la esencia del lenguaje”; cap. 2: “Norma y corrección”; cap. 3: “Sobre los nombres propios, pragmática y lingüística del texto”; cap. 4: “Cambio lingüístico”; cap. 5: “Variedades y lingüística variacional”; cap. 6: “Estructuralismo”; cap. 7: “Tradición e innovación: la Historia de la lingüística”; cap. 8: “Filosofía del lenguaje”; cap. 9: “Lenguas románicas y tipología lingüística”; cap. 10: “Coseriu y Chomsky”; cap. 11: “Estética”; cap. 12: “Epílogo”; cap. 13: “Datos biográficos”; cap. 14: “Referencias”.

Este índice viene a ser casi un programa de lingüística general. No es sorprendente: Coseriu fue un lingüista total que aspiraba a lo que llamó lingüística integral. Sin embargo, la

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exposición de los temas no es un relato árido sobre una ciencia difícil, sino que está atravesada por constantes aclaraciones y hasta por anécdotas personales. Creo que este es un valor no menor del libro. El lingüista coseriano o simplemente filoestructuralista encontrará la respuesta a muchos interrogantes que se le han planteado leyendo a Coseriu. Kabatek insiste mucho en el periodo de Montevideo como fundamentación de la postura coseriana, sobre todo en los trabajos reunidos en Teoría del lenguaje y lingüística general, el volumen de Gredos que algunos conservamos en forma de baraja de tanto usarlo. Pero al mismo tiempo, los lingüistas de otras procedencias –digamos un tagmémico, un psicomecánico, un textólogo e incluso un generativista que no sea sectario (si tal cosa puede existir)– tampoco se sentirán defraudados porque Kabatek ha tenido la habilidad de adelantarse a las previsibles objeciones procurando encajar las divergencias metodológicas en el paradigma que defiende. Todo ello rebozado con anécdotas personales. Y es que Coseriu, contra lo que se suele afirmar, era seguramente autoritario, pero nada distante. Apoyaba firmemente a sus discípulos e invertía muchas horas en su formación. También solía ser generoso con los que simplemente fuimos admiradores suyos: yo lo conocí en el XIV Congreso de Romanistas en Nápoles (1974) cuando recién licenciado se me ocurrió la peregrina idea de objetar algunos aspectos de la conferencia plenaria de Hilty, y tuve el alivio de que no me fulminasen, truncando mi carrera filológica, porque Coseriu intervino en favor de quien llamó “le jeune espagnol” al que no conocía.

Lo cierto es que Coseriu consiguió ser la referencia inexcusable sobre teoría lingüística entre los romanistas alemanes y españoles, y aún lo sigue siendo. Creo que esto merece una explicación. Kabatek destaca el hecho de que, por circunstancias de su vida, la mayor parte de los trabajos de Coseriu están redactados sobre todo en español, también en italiano y en francés, o bien en alemán. En el caso del mundo germánico, al que queda adscrito desde su llegada a Tübingen, Coseriu supo enlazar con la tradición alemana de filología románica, con Meyer- Lübke y Diez, o con la tradición de lingüística general, con Wilhelm von Humboldt y Georg von der Gabelentz. En España y en los países hispánicos las adhesiones a Coseriu tienen un origen diferente, aunque fuera en Montevideo donde comenzó a desarrollar plenamente sus ideas. Kabatek trata por extenso el tema de la relación de Coseriu con Hjelmslev (cap. 6, sobre todo 6.4), señalando sus múltiples coincidencias, especialmente la idea de que una lengua es un sistema estructurado, no inmediatamente visible, que consiste en formas con sustancia, si bien se aclara que dicha forma es una combinación de expresión y contenido determinante. Yo añadiría que, aparte de Dinamarca, el país más propenso a este planteamiento era España, donde Emilio Alarcos había publicado en 1966 una Gramática estructural (según la escuela de Copenhague y con especial atención a la lengua española). Por eso, hubo en España una fuerte

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resistencia a aceptar los cantos de sirena que venían del MIT y la pretensión chomskiana de basar la gramática en algoritmos lógicos. Coseriu, que polemizó agriamente con Víctor Sánchez de Zavala (un filósofo que no se movía demasiado bien en lingüística), suministró todos los ingredientes necesarios para resistir el embate generativista, en particular la necesaria prioridad del sentido y de la función sobre la forma.

En cualquier caso la competencia llegó a ser demasiado fuerte, que no en vano los libros de Chomsky solían ser avalados por fondos públicos del imperio. Por ello, los romanistas coserianos acabaron refugiándose en terrenos disciplinares en los que que el maestro de Tubinga era imbatible: el de la historia lingüística, el de la filosofía del lenguaje, el del cambio lingüístico y el de la variación lingüística, que Kabatek trata pormenorizadamente en sendos capítulos. Echo en falta un capítulo específico sobre lexicología, no solo por las importantes aportaciones de Coseriu en este campo –incluido el neologismo–, sino también porque es el dominio empírico en el que con mayor profundidad se ha tratado el sentido, una faceta que, sorprendentemente, no supieron abordar los generativistas. Tanto es así, que en Alemania hubo predecesores (Trier) y discípulos directos de Coseriu que hicieron contribuciones muy valiosas en dicho campo (Geckeler, Dietrich…) y en España surgió todo un grupo de lexicólogos (Casas, García Hernández, Trujillo, Salvador…) que, aunque limitándose a la lengua española, constituyen la ejemplificación más clara y convincente de la llamada lingüística integral preconizada por Coseriu.

Un capítulo muy bien expuesto es el relativo al nombre propio, y podría considerarse como una apuesta personal de Kabatek en la medida en la que todos los demás capítulos del libro versan sobre niveles y aún sobre subdisciplinas enteras, no sobre una simple categoría. Cuando uno se adentra en su lectura se da cuenta de que realmente no versa tan solo sobre los nombres propios, ni mucho menos. Kabatek insiste en que, aparte de tomar inicio en una sesión del Círculo lingüístico de Montevideo, la base teórica la constituye el trabajo “Determinación y entorno”, y las secuelas son amplísimas, desde la teoría del texto hasta la de la traducción. Probablemente ello sea debido a que la lingüística del texto y la traducción requieren instrumentos técnicos en los que Coseriu no podía moverse con comodidad, la lingüística de corpus –tan ligada a la digitalización– entre ellos, por lo que antes de abordarlos sentó los fundamentos gnoseológicos del acto de nominación. Kabatek rehuye enfrentar a Coseriu con los desarrollos de estas subdisciplinas a partir de 1970, pues su maestro no cita a casi ninguno de los autores relevantes del momento, ni sobre lingüística del texto (Beaugrande y Dressler, Halliday y Hasan, Fowler) ni sobre traducción (Hatim y Mason, Vermeer), probablemente porque no los conocía a fondo. Cada científico es hijo de su etapa de formación y de sus

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primeros trabajos. Por eso, las cuestiones que Kabatek trata en el cap. 3 remiten hábilmente a lo que de verdad interesaba a Coseriu: las condiciones semióticas que dan lugar a los nombres propios. No podía esperarse otra cosa de un autor que criticó severamente a Russell y a Frege, convertidos, a través de Montague, en sustentos de la (por otro lado inexistente) pragmática generativista.

Por lo que respecta a los fundamentos filosóficos de Coseriu, son muy variados, como señala Kabatek, pero resultan algo alejados de la moda del momento. Coseriu fue un hegeliano que concibe casi todas sus aportaciones teóricas en forma ternaria, aunque no sigue el conocido esquema tesis / antítesis / síntesis de Hegel, sino que opta más bien por un modelo inclusivo en el que lo más abstracto subyace a un estrato concreto más cercano a la realidad social y este último subyace a fenómenos empíricos. Por ejemplo, los tres niveles del lenguaje, el universal del habla en general, el histórico de las lenguas particulares y el individual del discurso. O la terna sistema / norma / habla. O el triplete sincronía / diacronía / historia. Kabatek hace notar que esta manera de proceder es aristotélica, consiste en partir de la energeia, continuar con la dynamis y culminar el proceso en el ergon, esto es actividad→saber→producto. La energeia no es exactamente la langue de Saussure, sino la capacidad lingüística que se manifiesta en la especie humana y solo en ella mediante la producción de textos concebidos como productos. Entre la una y los otros se sitúan las lenguas concretas concebidas como un saber.

De aquí deriva una importante particularidad coseriana y es su interés por los diferentes idiomas. Kabatek destaca la familiaridad del lingüista rumano con las lenguas románicas aparte de la suya propia, con el italiano, el español, el francés, y el portugués. También se interesó por el catalán, que no hablaba, pero al que promovió en la época oscura del franquismo, así como por el gallego en su relación con el portugués. Además no solo conocía las lenguas derivadas del latín, pues llegó a moverse con singular soltura en alemán, menos en inglés, y se defendía en algunas lenguas eslavas, aparte de interesarse por el japonés. Tuve la curiosa experiencia personal de verme envuelto en una especie de competición amigable con mis dos compañeros de una jornada de conferencias lingüísticas en Madrid: Jacques de Bruyne y Eugenio Coseriu. En aquella especie de descort medieval que se montó en los postres de la cena, asistí, entre divertido y horrorizado, al espectáculo del rumano que de repente se ponía a hablar en griego, del flamenco que le contestaba en latín, de mí mismo que aproveché para intervenir en alemán (la lengua de mi abuela), de Coseriu que echaba mano del francés, de De Bruyne que pasaba al inglés. Me salvó el catalán. Debieron tener piedad de mí y, antes de seguir la ronda, pasaron a otra cosa. Coseriu no se interesaba por una lengua como muestra de todas las demás, según

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suelen hacer los lingüistas, desde Guillaume hasta Halliday, ni mucho menos por un algoritmo lógico previo a la verbalización, al estilo chomskiano. Lo suyo era la pluralidad lingüística, según destaca Kabatek en la introducción: “He was a polyglot linguist who lived in different languages and felt the diversity of language structures and linguistic culture from the inside” (p. 1).

Esta convicción coseriana de que el lenguaje consiste en lenguas está en la base de los capítulos 4 (cambio lingüístico) y 5 (variación lingüística). Como bien señala Kabatek, las ideas coserianas sobre el cambio lingüístico aparecen en el importante trabajo Sincronía, diacronía e historia. Sin embargo, Kabatek hace notar que no transcendieron al canon de la lingüística general, que es anglosajón, pese a que el influyente artículo de Weinreich, Labov y Herzog (1968), “Empirical Foundations for a Theory of Linguistic Change”, cita al maestro de Tubinga. Probablemente las razones de su falta de difusión tengan que ver con el hecho de que para Coseriu el cambio lingüístico –del que afirma que resulta de la observación de la creación verbal– es individual, mientras que para Labov y los autores de la nueva ciencia sociolingüística es colectivo. En realidad, el método de la sociolingüística variacionista, basado en la estadística, resulta incompatible con la tradición epistemológica en la que se movió Coseriu. Por ello dudo que la propuesta de Kabatek de traducir Sincronía, diacronía e historia al inglés pueda contribuir a la difusión de las ideas de Coseriu. Mucho más efectiva fue la discusión que Coseriu mantuvo con Rudi Keller, cuya teoría de la mano invisible rechaza, a pesar de que Keller le dedica todo un capítulo y concede que el cambio lingüístico es a la vez finalista en el nivel individual y causalista en el colectivo. En el fondo, el debate Coseriu-Keller constituye un hito en lingüística evolutiva y merece una suerte bibliográfica mayor.

Por lo que se refiere al capítulo 5, sobre variedades y variación lingüística, conviene hacer una lectura detenida porque es el único en el que algunos discípulos polemizaron con el maestro. Coseriu parte de Flydal y reconoce tres tipos de variación: diatópica, diastrática y diafásica, de los que los dos primeros ya aparecían en el lingüista noruego. El lingüista de Tubinga no se limitó a añadir una dimensión sino que además añadió otra distinción ternaria, la de dialecto primario (el que surge al mismo tiempo que la lengua común, por ejemplo el aragonés), secundario (el que resulta de una colonización y viene a ser una lengua transplantada: p. ej. el andaluz o el español de América) y terciario (el que se forma como un estandar local dentro de los anteriores: el español de México). Sin embargo, Koch, un discípulo indirecto de Coseriu, pues su maestro era Martin Gauger, y Oesterreicher, este sí discípulo directo, añadieron una dimensión de variación más: la diamesía, que tiene que ver con el soporte (fónico o visual respectivamente para la lengua oral y para la escrita). Como advierte Kabatek, en

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realidad el origen de esta ampliación se encuentra en Ludwig Söll, quien en 1974 advirtió sobre la confusión que se suele producir entre el medio de expresión (oral / escrito) y el grado de formalidad (espontáneo / elaborado). Dicha diferenciación fue aprovechada por Koch y Oesterreicher para introducir la dimensión transversal inmediatez (Nähe) / distancia (Distanz), que según ellos atraviesa la terna coseriana (por ejemplo una variedad dialectal marcada se asocia a un nivel diastrático bajo y a una marca diafásica informal, todas ellas cercanas al polo de la inmediatez). Pero aún hay más, como nota Kabatek, “they claim that there is not only a universal continuum between immediacy and distance (in all languages, even those without literacy) but that there exists also a fourth level of immediacy and distance within a historical language, strongly linked to written and spoken varieties” (p. 117). Este posicionamiento sociolingüístico, que acabaría llevándoles a reconocer una situación diglósica en el dominio francés, en el que Koch (1997) sostiene la coexistencia de dos lenguas, no podía dejar de impactar la ortodoxia coseriana, apuntalada por una revista –Les Cahiers δια– y por una serie de congresos organizados en la Universidad de Gante por Rika van Deyck. Es este el punto en el que, sin dejar de respetar el canon coseriano, bastantes discípulos se convirtieron en críticos de su teoría variacionista, abriendo una brecha de aire renovado en la escuela. El propio Kabatek recuerda una disputa que tuvo con Coseriu en 1990 en la que discutieron sobre la ética de la comunicación: Coseriu se oponía a la hipotética normalidad de los diálogos asimétricos (entre dos variedades de distinto nivel o entre dos lenguas diferentes), mientras que Kabatek objetaba aludiendo a los diálogos polilectales que se dan en Suiza.

Volviendo al libro de Kabatek, el autor ha optado por exponer la aportación de Coseriu de manera temática y no cronológica. Esto evidentemente resulta lo más adecuado en ciencia, pero en el caso de Coseriu es inevitable que interfiera con la propia trayectoria vital del lingüista. Para Kabatek –y también para el reseñador– el punto de partida obvio lo constituyen los principios epistemológicos que guían según Coseriu la labor del lingüista y su relación con la esencia del lenguaje. Se trata de cinco principios que Coseriu ha expuesto muchas veces y en contextos académicos diferentes: el de la objetividad científica, el del conocimiento original, el de la tradición, el del antidogmatismo y el de la responsabilidad social. Kabatek, que los analiza con detalle, remite a la lectio del doctorado honoris causa con el que fue investido Coseriu por la Universidad de Granada (1991). Sin embargo, yo mismo tuve ocasión de escucharlos ese mismo año de boca de Coseriu en la tesis doctoral de José María Bernardo, titulada precisamente Bases epistemológicas de la lingüística de E. Coseriu y que se editó como anejo de LynX con el título La construcción de la lingüística. Un debate epistemológico (por cierto,

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este trabajo no se menciona en el libro de Kabatek, probablemente porque no está en la biblioteca de Coseriu).

En cuanto a las ideas de Coseriu sobre la esencia del lenguaje, Kabatek remite a los diez postulados enunciados por Coseriu en un seminario celebrado en la Universidad de Estrasburgo en octubre de 1999: 1) la prioridad absoluta del lenguaje, es decir, el hecho de que no es condición para otra cosa (razonamiento, etc.), pues el ser humano es el único animal que habla y trabaja en sentido estricto; 2) su relación con la cultura, que deriva de la creatividad; 3) los cinco universales del lenguaje: creatividad, semanticidad y alteridad –que son primarios– más historicidad y materialidad –que son derivados; 4) la comunicación mediante el lenguaje como base de la comunidad social; 5) la diferencia platónica entre nombrar (onomazein) y decir (legein); 6) la distinción entre designación, significado y sentido; 7) la poesía como acto de conocimiento intuitivo; 8) el significado como constitutivo del ser siguiendo la receta platónica diacriticon tes ousias; 9) el significado (y con él, el lenguaje) no es ni verdadero ni falso porque precede a dicha distinción; y 10) el lenguaje es previo a los objetos, no constituye una nomenclatura de los mismos. En estas tesis de Estrasburgo se advierte claramente la dimensión filosófica del pensamiento de Coseriu, según señala Kabatek, quien lo resume así: “It is not through ‘language in general’ but through a particular language system, that the individual becomes a member of a community and accesses the being of things through linguistic signs. These signs are part of a historically grown community and are determined by a dialogic activity” (p. 32).

En efecto, así pensaba Coseriu, como un filósofo-filólogo o como un filólogo-filósofo, pero tal vez por eso mismo tuvo enormes dificultades para que lo reconocieran como una de las figuras más relevantes de la lingüística. Comparto las razones estratégicas que aduce Kabatek a lo largo de su libro: que Coseriu tan apenas se movió en el mundo académico anglosajón dominante, que la reivindicación de la tradición iba contra la idea de progreso y de revolución científica, que en vez de resultar metodológicamente dogmático era, valga la paradoja, partidario de un dogma continuamente criticado y criticable. Un aspecto carencial de Coseriu –al que no se refiere Kabatek ni ninguno de los otros discípulos de Coseriu, que yo sepa–, es que su teoría carecía de fundamentación biológica en un momento en el que dicha base ha llegado a ser una conditio sine qua non de las ciencias relativas a los seres vivos. Merece la pena confrontar las diez tesis de Coseriu con los siete argumentos esgrimidos por Chomsky para justificar la condición innata (y por lo tanto biológica) de la capacidad lingüística propia de nuestra especie: 1) condición necesaria y suficiente (para que se pueda hablar de ser humano hace falta que haya lenguaje); 2) uniformidad (todas las lenguas tienen el mismo grado de

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complejidad); 3) pobreza del estímulo (el lenguaje se adquiere en un periodo crítico sin que haya estímulos suficientes); 4) disociabilidad (lenguaje y cognición no son interdependientes); 5) desarrollo prefijado (los niños adquieren el lenguaje siguiendo las mismas etapas en cada idioma); 6) estructura latente (los enunciados tienen una estructura formal enmascarada por la sucesión lineal de los mismos, pero que los hablantes son capaces de reconocer); 7) gratuidad (dichas estructuras carecen de justificación funcional). Parece que Coseriu y Chomsky estén hablando de cosas enteramente diferentes de las que se ocuparían disciplinas que no guardan ninguna relación. Sin embargo, muchos de los argumentos de Chomsky están en Coseriu: por ejemplo, su hipótesis del saber originario subyace a 2 y a 6, mientras que la insistencia coseriana en que el lenguaje se justifica por sí mismo y no como soporte de la cognición constituye una versión radical del argumento 4 de los generativistas. En lo único en lo que Coseriu no podría estar de acuerdo es en el séptimo, pues Coseriu representa una vertiente del funcionalismo, según advierte Kabatek en § 6.8 al exponer la teoría sobre el tiempo verbal.

De lo anterior resulta que Coseriu y Chomsky no son tan incompatibles como se suele decir, aunque es evidente que el primero sintió la fascinación del lenguaje como cultura y el segundo como naturaleza. Según comenta Kabatek, Araceli López Serena (2019) enfrenta las Ciencias Naturales (que manejan leyes universales, separan tajantemente el sujeto del objeto, son causalistas y practican la observación) a las Humanidades (con leyes normativas, coincidencia del sujeto y el objeto, finalistas y practicantes de la intuición). Es un buen retrato de Coseriu para quien el lenguaje era un producto de la sociedad y de la cultura. No obstante, habría que matizar esto, pues, si no lo hacemos, Coseriu quedará relegado al lado inane de las disciplinas científicas: el humanístico. La disputa entre Ciencias y Humanidades se remonta modernamente al ensayo de P. Snow, The two cultures (1959), y es cronológicamente este ambiente el que vivieron tanto Chomsky como Coseriu en sus respectivas primeras etapas como investigadores durante los años cincuenta y parte de los sesenta. Del desinterés del mundo moderno por las humanidades, tal y como lo sentía Coseriu, trata Kabatek en muchos pasajes del libro, especialmente en el cap. 10 (donde se confronta a Coseriu y a Chomsky) y en el 11 (que, al versar sobre Estética, es un capítulo humanístico). A mi modo de ver sería bueno que los coserianos se planteasen la necesidad de acercar las ciencias culturales a las de la naturaleza, siguiendo la senda de la consiliencia de Edward O. Wilson (Consilience. The Unity of Knowledge, 1995). Ello no implica practicar un biologismo crudo y acrítico como el de Chomsky, sino algo mucho más sutil.

Permítaseme una sugerencia que no está en el libro de Kabatek: ¿por qué no prueban a situar la obra de Coseriu en el moderno contexto de la enacción? Es curioso que la teoría de la

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enacción haya surgido relativamente cerca de Montevideo, en Santiago de Chile, cuando un filósofo y biólogo, Humberto Maturana, plantea en De máquinas y seres vivos (1972) un acercamiento a la cognición consistente en no buscar el ser y su objetividad absoluta, sino el hacer y su objetividad entre paréntesis, la cual presupone al observador. En el mismo libro trata de la autopoiesis, un concepto estructuralista que estudia la organización interna de los seres vivos como redes de autoproducción de los componentes que los constituyen. Ambas ideas no están tan lejos de Coseriu: la primera se enmarca en la energeia aristotélica del maestro de Tubinga, la segunda en el ergon. Entre una y otra, la dynamis. Curiosamente, Maturana se había formado en Harvard y su discípulo Francisco Varela continuó trabajando en Boston, en el MIT. Otras veces la tendencia biologista de Coseriu se manifiesta en su valoración de algún aspecto que puede pasar desapercibido. Por ejemplo, cuando cita a G. von der Gabelenz, quien señalaba la similaridad de la hoja del tilo con el árbol entero, está adoptando una perspectiva fractalista que ha tenido mucho impacto en la lingüística moderna desde la ley de Zipf (1949), según mostré en un trabajo de 2019.

Acabo ya, y ruego a los lectores que excusen el tono personal de las líneas que siguen. Hace diez años, hojeando el número 30(3) de la revista RILCE1, editado por Araceli López Serena y dedicado monográficamente al tema “Historia de la lengua e intuición”, me tropecé con un artículo de Johannes Kabatek de título más bien enigmático: Lingüística empática. ¿Qué demonios es eso? –me pregunté. El autor deja claras las cosas desde el principio, desde el resumen que reproduzco: “La lingüística se está volviendo más técnica, más experimental, más informatizada en los últimos años. Pese a todos los avances técnicos y metodológicos, el presente trabajo postula que la base inicial de la investigación lingüística sea la empatía, es decir, que el investigador puede y debe, en el caso de los objetos lingüísticos, no solo observarlos desde fuera, como si de cualquier objeto de la naturaleza se tratara, sino que deberá intentar ver el objeto desde su propia configuración, re-creándolo dentro de sí para comprender su verdadera esencia. Se argumentará que el punto de partida de la investigación lingüística debe ser la empatía…” (p. 705). Luego sale el contraste de Coseriu con Chomsky (“las dos empatías”), aparece Humboldt y se autocalifica el trabajo como “apología”, pero lo fundamental, el señuelo publicitario por decirlo a la moderna, reside en el resumen.

Tengo que confesar que el señuelo me sedujo inmediatamente porque me vi retratado en el planteamiento. Desde 1980 vengo trabajando en un modelo, la gramática liminar, que se

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caracteriza por tratar como objetos de estudio el lenguaje y el metalenguaje al mismo tiempo. Dicho modelo ha sido desarrollado ampliamente por otras personas, en tesis y publicaciones, y se ha aplicado a varias lenguas además de al español, pero en lo fundamental su punto de partida no se ha modificado. Como lingüista español que se licenció en 1972 conocía perfectamente los trabajos coserianos de la época de Montevideo y a menudo me he preguntado hasta qué punto influyeron en el modelo liminar. La base formativa de Coseriu y la mía propia eran diferentes; él se sirvió de la filosofía, yo, de las matemáticas, que me ayudaron a formalizar la relación lenguaje-metalenguaje mediante los espacios topológicos. Sin embargo, conforme avanzaba en sus aplicaciones, me encontraba una y otra vez con trabajos de Coseriu o de sus discípulos que encajaban en las predicciones formales de la topología. Así se comprenderá que esta reseña de Eugenio Coseriu. Beyond Structuralism no es, no puede ser neutral. El libro de Kabatek me ha resultado de enorme utilidad porque proporciona una visión, externa e interna a la vez, de los fundamentos, las posibilidades y, también, las carencias del modelo coseriano. No tengo la menor duda de que, aunque todo libro es mejorable, tardaremos mucho en poder disponer de una introducción a Coseriu más completa, más actual y más profunda que la que he reseñado.

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1 https://revistas.unav.edu/index.php/rilce/issue/view/13.

Ángel López García, Universitat de València

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