El problema de la dialectología estructural
Introducción
Por definición —y con cierta obviedad, como recalcan Chambers / Trudgill (1998: 3) en la primera página de su monografía— la dialectología es el estudio de los dialectos. Formulado de esta manera, el enunciado se caracteriza por una concisión asombrosa y parece no dejar lugar a dudas, determinando irrefutablemente el ámbito de estudio de la disciplina en cuestión. Sin embargo, detrás de esta definición se esconde un debate complejo y polifacético, que en formas siempre diferentes llegó hasta nuestra actualidad. Es precisamente en este contexto que se sitúa también la discusión concerniente a la dialectología estructural, en que participaron dos de los lingüistas más importantes del siglo XX: Uriel Weinreich (1926-1967) y Eugenio Coseriu (1921-2002). A lo largo de los años cincuenta, se desarrolló entre ellos una confrontación tácita y parcialmente inédita, que revela dos posiciones firmes, ancladas cada una en su propio saber, cuyo objetivo es el de definir, defender y mejorar una disciplina de primordial importancia, reafirmando su dignidad en cuanto ciencia humana. El propósito de esta contribución es sacar a la luz un manuscrito coseriano casi desconocido, cuya transcripción se acompañará de un breve comentario, a fin de contextualizar el documento en las controversias teóricas relativas a la dialectología estructural. De modo particular, el manuscrito se pondrá en relación con algunos textos fundamentales como Is a Structural Dialectology Possible? de Uriel Weinreich [de ahora en adelante SDP] y Sentido y tareas de la dialectología de Eugenio Coseriu [de ahora en adelante STD].
1. Dialectología, geografía lingüística y estructuralismo
Si se concibe la dialectología como un interés particular por las diferentes formas de hablar, se puede afirmar que esta disciplina se practica desde el principio de los tiempos, o por lo menos desde que las personas hablan entre sí (Chambers / Trudgill 1998: 13). En la antigüedad, las percepciones y las actitudes de los hablantes llevaron a la diferenciación entre el griego clásico y el griego helénico, lo que dio lugar a la introducción de términos como koiné o ‘hablar ático’. Asimismo, en las obras de algunos autores clásicos se pueden encontrar muestras de este interés por los idiomas locales, por ejemplo en la historia de Septimio Severo (146-211), emperador romano de origen africano, cuyo biógrafo observa que hablaba con un acento extraño, del que
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nunca logró liberarse, y que en realidad era un latín afectado por interferencias púnicas1. Un ejemplo temprano de la inclinación al estudio de la variación diatópica se situaría en la Baja Edad Media, en que las intuiciones relativas tanto al parentesco entre los diferentes romances como a su categorización culminaron en el De vulgari eloquentia de Dante Alighieri (Pop 1950: XXIII-XXIV). Si bien los comentarios y las observaciones ‘dialectales’ fueron innumerables y constantes, el estudio de los dialectos no conoció una verdadera sistematización hasta la segunda mitad del siglo XIX, en que se hizo patente la necesidad de una organización tanto teórica como metodológica, siguiendo los pasos de la filología y de otras disciplinas lingüísticas (Pop 1950: XXIII; Chambers / Trudgill 1998: 14). En particular, algunas tradiciones de los estudios dialectológicos, que caracterizaron gran parte del siglo XX, surgieron como alternativa a los principios neogramáticos concernientes al cambio lingüístico, según los cuales las leyes fonéticas actuaban sin excepciones, del mismo modo que se aplican los postulados de la física o de otra ciencia experimental (Marcato 2011: 28, Chambers / Trudgill 1988: 14).
La génesis de la dialectología moderna en el ámbito de las lenguas románicas se asocia con el lingüista italiano Graziadio Isaia Ascoli (1828-1907), que en sus trabajos intentó identificar y analizar los dialectos mediante una perspectiva interna a la lengua. Al principio, la dialectología se configuró como una disciplina diacrónica, orientada hacia las leyes fonéticas y la reconstrucción de las variedades a partir del latín. Sin embargo, con el tiempo adquirió mayor valor la dimensión espacial y, consiguientemente, la investigación de realidades dialectales geográficamente adyacentes (Marcato 2011: 47). La paulatina difusión de estudios centrados en una perspectiva sincrónico-comparativa llevó al nacimiento de la así llamada ‘geografía lingüística’, cuya paternidad se atribuye a Jules Gilléron (1854-1926) y a sus trabajos pioneros sobre las variedades francesas (Marcato 2011: 47, Coseriu 1955: 37). Según él, exclusivamente la sincronía podía proporcionar indicaciones científicamente correctas sobre la realidad dialectal de un área lingüística, que se concebía como una unidad dinámicamente conectada (Marcato 2011: 48). Coseriu (1955), al definir la geografía lingüística, recalca algunas de las aportaciones fundamentales de Gilléron, en particular “el registro en mapas espaciales de un número relativamente elevado de formas lingüísticas (fónicas, léxicas o gramaticales) comprobadas mediante encuesta directa y unitaria en una red de puntos de un territorio determinado” (29). Sin embargo, lo más valioso de esta polémica sería, según Coseriu, “el haber
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intuído este estudioso que el secreto de la ‘lengua’ se halla encerrado en el hablar” (59). La centralidad del hablante y de su producción lingüística para el estudio dialectológico fue reconocida también por dos alumnos de Gilléron, Karl Jaberg y Jakob Jud, autores del Atlas linguistico ed etnografico dell’Italia e della Svizzera meridionale (AIS): de hecho, en el volumen introductorio a su obra maestra, afirman que los colaboradores más valiosos fueron los propios entrevistados (Jaberg / Jud 1928: 3). Es más, en la sección dedicada a los fundamentos metodológicos del Atlas, añaden: “tanto en el ámbito fonético como en el lexicológico no buscamos captar lo normal, lo medio, lo habitual, sino lo momentáneo, lo individual, lo ocasional del enunciado lingüístico único” (214, traducción mía). Y concluyen que, con su trabajo, quieren reproducir el habla, no el lenguaje, entendido como un sistema abstracto (214)2. En este sentido, “[l]a geografía lingüística se considera, con razón, una reivindicación historicista de la parole, de la individualidad, de la diversidad, frente a las teorías formalistas, desde los neogramáticos hasta los estructuralistas, orientadas a la estructura, la langue, la regularidad” (Sanga 2017: 108, traducción mía).
Tras la difusión de los trabajos de Gilléron, la dialectología y la geografía lingüística conocen su apogeo, que desemboca en el desarrollo de encuestas nacionales y en la producción de publicaciones monumentales, que atestiguan el entusiasmo intelectual con el que se practicaba la geografía dialectal (Chambers/Trudgill 1998: 19)3. A estos años de prolíficos avances sigue un periodo de decadencia, que empieza hacia mediados del siglo XX, en que los estudios relativos a la geografía dialectal parecen detenerse. Entre las expresiones de preocupación por este declive, en ámbito hispanoamericano resalta la de Diego Catalán. En una comunicación presentada durante el Primeiro Congresso Brasileiro de Dialectologia e Etnografia (cf. Porto do Amaral 2019), que se celebró en 1958 en Porto Alegre, el lingüista español se detiene en la crisis de la dialectología, que “se recoge […] en sí misma, o se refugia en el campo etnográfico, sin decidirse a exigir voz y voto en la asamblea de la lingüística general moderna” (Catalán 1989: 17). Este arrinconamiento se debe, según Catalán, a factores tanto internos como externos a la disciplina: si, por un lado, parte de la responsabilidad se puede atribuir a los dialectólogos que practican una ‘mala dialectología’; por el otro, este declive es causado por el desinterés y la desconfianza con que la lingüística general, sobre todo
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estructuralista, mira al estudio de variedades (18)4. Según Catalán, la única manera de superar este momento de depresión radica en la posible influencia que las dos disciplinas pueden ejercer mutuamente.
Es importante subrayar que lo que propone Catalán no constituye nada nuevo: la posibilidad de una renovación de la dialectología basada en un intercambio con el estructuralismo había sido postulada algunos años antes por parte de Uriel Weinreich en un artículo titulado Is a Structural Dialectology Possible? (1954), en que se ponen las bases para el desarrollo de la así llamada ‘dialectología estructural’.5
2. La dialectología estructural de Uriel Weinreich
La propuesta de Weinreich se presenta principalmente como una reivindicación de lo sistemático frente a los estudios dialectológicos que, en aquel momento, se habían centrado en el estudio de aspectos principalmente extralingüísticos (cf. Catalán 1989, supra). Efectivamente, en las primeras líneas de su artículo, Weinreich expone las razones que lo empujaron a postular una posible conciliación entre dialectología y estructuralismo, reconociendo la existencia de un abismo —hasta aquel entonces insuperado— entre las dos disciplinas. Según él, esta distancia podría amenguarse si tanto los estructuralistas como los dialectólogos recortaran un espacio exclusivo para la otra disciplina en su teoría del lenguaje (Weinreich 1954: 388). A fin de favorecer el acercamiento deseado, en el artículo se enumeran algunos aspectos problemáticos de ambos acercamientos, estimulando el debate con otros lingüistas que también han experimentado este conflicto de intereses (388). Cabe notar que, como afirma también Weinreich, los problemas abarcados en el artículo son principalmente de naturaleza fonológica, ya que es en este dominio que los dos acercamientos difieren mayormente.
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En el segundo apartado del artículo, el lingüista americano expone los aspectos centrales de la lingüística estructural, intentando poner en claro los puntos críticos de esta teoría. Según Weinreich, el estructuralismo concibe la lengua como un sistema organizado, único y cerrado, cuyos elementos se definen tanto por la oposición entre sí, como por su función con respecto a los demás (388). En su opinión, el problema principal relacionado con esta teoría residiría en la delimitación de su objeto de estudio. De hecho, la existencia de múltiples niveles de variación intrasistemática obliga a la lingüística estructural a centrarse en un único ámbito, abstrayendo de las otras dimensiones variacionales para obtener muestra de material lingüístico uniforme (388-389). A partir de estos sistemas homogéneos los lingüistas pueden construir nuevos sistemas de un nivel superior, llamados ‘diasistemas’, que permitirían estudiar en un conjunto único las diferentes variedades de una lengua (390). Weinreich propone entonces que se considere la investigación dialectológica como el estudio de los diasistemas, es decir, de la variedad. En este contexto, “[d]ialectology would be the investigation of problems arising when different systems are treated together because of their partial similarity. A specifically structural dialectology would look for the structural consequences of partial differences within a framework of partial similarities” (390). Es más, la dialectología estructural no necesitaría referencias a la geografía o a otros factores extraestructurales, puesto que se centraría en el estudio de las diferencias parciales entre los sistemas y de sus consecuencias estructurales (390). Weinreich cierra este apartado explicitando el cambio fundamental que las teorías estructuralistas precisan actuar a fin de realizar el acercamiento deseado: es necesario abandonar la ilusión de un sistema perfecto, aceptando la presencia de similitudes parciales entre sistemas adyacentes. En esta sección también se presenta un rechazo del término ‘dialecto’ en favor de ‘variedad’, dado que el primero se aleja de la descripción estructural al presentar rasgos espaciales o temporales que no pertenecen propiamente al sistema lingüístico (389).
En el tercer apartado, Weinreich (1953: 391-393) se detiene en la importancia de aportar unos cambios también en el campo de la dialectología, mencionando algunas de sus fallas teórico-metodológicas. Esencialmente, la dialectología moderna compara elementos de diferentes sistemas sin subrayar suficientemente su íntima relación (391). En el ámbito de los sonidos, por ejemplo, la dialectología presenta un enfoque no fonológico. Esto porque, generalmente, el dialectólogo compara directamente la ‘sustancia’ de diferentes variedades, es decir, sus manifestaciones concretas y materiales (392). En cambio, la lingüística estructural considera las formas de los sistemas constituyentes en primer lugar como términos de esos
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sistemas y, por lo tanto, las diferencias alofónicas entre los sonidos serían en cierto sentido menos importantes que las diferencias fonológicas (392). Según el lingüista americano unas consideraciones parecidas valdrían también para la semántica y la gramática.6
Sucesivamente, Weinreich (1954: 393) afirma que los estudios dialectológicos se centran en dos tipos de diferencias, las de inventario y las de distribución, precisando que, si las segundas son el foco central de los estudios comparativos, las primeras no fueron destacadas con la merecida importancia. Tras ilustrar las ventajas de esta perspectiva a través de un ejemplo fonológico, Weinreich puntualiza la posición y los objetivos de la dialectología estructural.
Finalmente, Weinreich dedica una sección de su artículo a la distinción entre lenguas estandarizadas y no, haciendo hincapié en la importancia de una unión entre el uso de correlaciones extralingüísticas y técnicas de muestreo estadístico para definir las lenguas no estandarizadas. Más precisamente, el lingüista americano reconoce que el empleo de herramientas pertenecientes a las ciencias sociales (y a la dialectología externa) pueden ofrecer un suplemento para el trabajo de una dialectología estructural.
La propuesta de Weinreich conoció un éxito relevante en algunos círculos de lingüistas. Entre los principales seguidores de estas teorías encontramos a William G. Moulton que, en su obra Structural Dialectology (1968), se dedica nuevamente a la definición de la dialectología estructural, recalcando las ventajas aportadas por la contribución de Weinreich al estudio de variedades. A fin de ilustrar las principales diferencias entre los métodos, Moulton (1968: 453) formula una serie de preguntas que, en su opinión, caracterizan las dos disciplinas:
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Al enumerar las ventajas de la aplicación del método estructural a la geografía dialectal, Moulton (1968: 456) reitera que este libera los estudios de un enfoque subjetivo y arbitrario, asociado evidentemente a la dialectología tradicional. Este juicio transparenta la ya mencionada desconfianza del estructuralismo hacia la dialectología que, en aquel tiempo, se caracterizaba por una actitud casi exclusivamente descriptiva y, por lo tanto, se asociaba con una falta de objetividad o cientificidad.
Cabe precisar que, si bien la dialectología estructural representó el intento más relevante de aplicar algunos de los conocimientos del estructuralismo a la labor dialectológica, su difusión no conoció el éxito que se esperaba.7 Sin embargo, las premisas metodológicas de esta disciplina, así como el planteamiento de una sistematización de los parámetros extralingüísticos, merecen tenerse en cuenta a la hora de acercarse al estudio de los dialectos.
3. La respuesta de Eugenio Coseriu
La discusión relativa a una posible conciliación entre dialectología y estructuralismo interesó también a muchos lingüistas en el ámbito iberoamericano, entre otros al ya citado Diego Catalán ([1958] 1989), a Manuel Alvar ([1968] 1973) y a su discípulo Gregorio Salvador ([1975] 1977).8 El tema fue tratado también por Eugenio Coseriu, que en los años cincuenta se estaba dedicando, entre otras cosas, a los fundamentos teóricos del estudio de variedades, como
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también demuestra su importante publicación de 1955, La geografía lingüística. Más precisamente, en su ensayo el lingüista rumano pretende delinear la historia de esta disciplina, describiendo tanto sus orígenes y su metodología, como los principales trabajos en ella desarrollados (con una particular atención a los mapas lingüísticos). Otra de las contribuciones coserianas más relevantes al respecto tuvo lugar durante el ya mencionado Congreso de Porto Alegre. Como refiere Altman (2017: 99), en aquella ocasión Coseriu presentó una comunicación titulada Los conceptos de dialecto, nivel y estilo y el sentido de la Dialectología, en la que cuestiona la posible relación entre las dos disciplinas, afirmando que la dialectología se distingue del estructuralismo por dedicarse a las variedades diatópicas, mientras que el segundo se centra en lo homogéneo de una lengua histórica. 9 De esta contribución no se encuentran testimonios hasta los años ochenta, en que Coseriu decide publicar su estudio, reconociendo la relevancia y actualidad del tema investigado10. Como afirma él mismo en la nota que cierra el artículo, “[p]asados muchos años sin que las Actas se imprimieran, me decido a publicarlo aquí, por considerar que no ha perdido su interés, y por la constante vigencia del tema” (Coseriu 1982: 44). Si damos crédito a esta nota final, en la que se afirma que el artículo expone fielmente el contenido de la contribución de Porto Alegre, es interesante observar que, en esa ocasión, al igual que Catalán, también Coseriu había expresado sus preocupaciones frente al declive de la dialectología y a las oposiciones estructuralistas. Efectivamente, había declarado:
Hasta ahora, este parecía ser el único documento coseriano en que, entre otras cosas, se abordaba explícitamente el tema de la dialectología estructural.
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Sin embargo, cabe destacar la existencia de un manuscrito menos conocido, guardado en el Archivo Coseriu, que es dedicado enteramente al tema y que, entonces, constituye una pieza esencial para una reconstrucción exhaustiva del asunto. 11 De hecho, en él se esbozan los puntos principales del pensamiento del lingüista rumano con respecto tanto a la propuesta de Weinreich como a sus consecuencias teórico-metodológicas.
En primer lugar, es importante observar que su contenido no constituye un texto completo y acabado, sino más bien un estado preliminar de una obra todavía por escribir (que, como se intentará mostrar en el siguiente apartado, podría haber culminado en la contribución leída durante el Congreso de Porto Alegre). Asimismo, si bien se conserva como un único manuscrito, se puede suponer una bipartición del documento, que correspondería a dos fases de redacción diferentes: un primer fascículo (F1), que comprende los folios de 1 a 5, y un segundo fascículo (F2), que ocupa los folios de 6 a 13, al que se adjuntó un papelito suelto. La división en dos microtextos autónomos es corroborada por algunos elementos formales, como la calidad del papel, el color de la tinta y el espesor del trazo, pero sobre todo por la lengua en que el texto está redactado. Efectivamente, el fragmento F1 está escrito en italiano, mientras que el F2 es enteramente en español. Esta bipartición encuentra una ulterior confirmación en la numeración de las páginas que, tras los primeros cinco folios, empieza otra vez por el número 1, al que sigue, en el encabezado, un nuevo título.
En segundo lugar, cabe notar que no tenemos rastro alguno concerniente a la datación del manuscrito, es decir, a los años en que fue redactado. Sin embargo, se puede asumir que los textos fueron escritos entre 1954 y 1958, entre la publicación de SDP y la celebración del Congreso de Porto Alegre. Esto se debería, por un lado, a la estrecha relación que entrelaza estos apuntes con la publicación de Weinreich, en particular por lo que concierne el fascículo F2 que, irónicamente, se abre con la pregunta “is a structural Dialectology impossible?” (Coseriu [inédito]: 5). Por el otro, a través de una lectura atenta del texto, es posible comprobar un alto número de correspondencias entre el manuscrito y la contribución pronunciada durante el Congreso, tanto en los contenidos como en la formulación lingüística de determinados conceptos.
En las siguientes páginas, entonces, se recorrerá el manuscrito, intentando poner en evidencia los puntos centrales del pensamiento de Coseriu sobre la dialectología estructural. En este breve comentario, se mantendrán separados los fascículos F1 y F2, considerados aquí como
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dos microtextos diferentes. Igualmente, no faltarán algunas menciones directas al texto de Weinreich (1954), así como breves reflexiones extraídas del artículo STD.
4. La herencia epistolar de Coseriu: una digresión
Antes de comentar puntalmente el manuscrito, cabe mencionar algunas reflexiones que surgen de la observación de la densa correspondencia que Coseriu mantuvo con los lingüistas contemporáneos. 12 La multitud de cartas que se halla en el Archivo Coseriu atestigua una red de conexiones de gran interés, que nos permite profundizar ulteriormente el alcance de la discusión ilustrada en estas páginas. Por ejemplo, una carta escrita por Eugene Dorfman, tesorero del Linguistic Circle of New York, testimonia la subscripción de Coseriu a la revista Word: más precisamente, Dorfman pide confirmación del pago, a fin de poder enviar, de ahí a pocos días, el décimo número de la revista, en que también aparece SDP (cf. 54-09-24-Dorfman). Un ulterior indicio se encuentra en la sucesiva carta de Dorfman, en que se confirma la subscripción en 1955 y se ratifica el envío de los números anteriores (cf. 55-03-08-Dorfman. 13 Es evidente, pues, que Coseriu recibió y leyó el artículo de Weinreich, y sorprende entonces la ausencia de una mención directa a ese texto, que falta tanto en el manuscrito como en la publicación STD. Se puede suponer, por tanto, que la de Coseriu fue una crítica empática al trabajo de Weinreich, a quien, de todas formas, estimaba mucho como lingüista (esta admiración mutua se hace patente en las cartas de Weinreich conservadas en el Archivo, cf. 56-01-23-Weinreich, 59-01-27-Weinreich, 61-10-10-Weinreich, etc.).14
Las cartas también atestan la participación de Coseriu en el Congreso de Porto Alegre en 1958, donde consolidó fructíferas relaciones con algunos de los más importantes lingüistas brasileños, como Serafim da Silva Neto y Albino de Bem Veiga.15 En este contexto es
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interesante observar el intercambio que el lingüista rumano mantuvo con el lingüista español Diego Catalán. Cabe notar que este último, a quien Coseriu conocía antes del Congreso, durante su intervención había expuesto consideraciones similares sobre la relación entre dialectología y estructuralismo.16 Por lo tanto, no es infundado suponer que, en vista de esa ocasión, los dos lingüistas intercambiaron opiniones sobre el artículo de Weinreich y la dialectología estructural. Consideraciones similares pueden hacerse sobre la relación entre Coseriu y Manuel Alvar, que también estuvo presente en el Congreso de Porto Alegre (Porto do Amaral 2019: 433) y que, en su publicación de 1973, retomó muchos de los argumentos introducidos por el lingüista rumano.17
Finalmente, entre los destinatarios de las cartas de Coseriu encontramos a muchos de los principales actores de los debates sobre la dialectología y su relación con el estructuralismo. Entre ellos cabe destacar a Karl Jaberg, en el contexto italiano a Vittore Pisani y Giuseppe Vidossi, a los estructuralistas Herbert Pilch y William G, Moulton y, por último, a los ya mencionados Diego Catalán, Manuel Alvar y Gregorio Salvador. El patrimonio epistolar dejado por Coseriu constituye, entonces, un tesoro casi desconocido, que aún no ha sido estudiado con la atención que merece y que podría aportar nuevas e interesantes contribuciones, tanto en el contexto de esta discusión como en otros debates que se desarrollaron en el último siglo.
A la pregunta de si es posible una dialectología estructural, para Coseriu la respuesta es claramente no. Y no por un sentimiento de antipatía hacia el estructuralismo, como él mismo explica en las primeras páginas de F1, sino porque la expresión ‘dialectología estructural’ constituye para él “una contradicción en los términos, una confusión o una tautología” (Coseriu [inédito]: 1, traducción mía). Una afirmación semejante aparece también en Coseriu (1982), en que se afirma que, “la dialectología, en lo que la caracteriza y determina como disciplina autónoma, no puede ser propiamente ‘estructural’; y la propia expresión dialectología estructural, o es una contradicción en los términos, o se aplica a una disciplina sólo
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extrínsecamente estructural y que, por otra parte, no puede corresponder a toda la dialectología” (28). Esto porque, según Coseriu, una disciplina intrínsecamente estructural se ocupa de estudiar las relaciones entre elementos de un sistema, como hace, por ejemplo, la gramática, que “establece y describe las oposiciones y estructuras funcionales internas de un sistema lingüístico” (28). Y si, por un lado, se puede asociar la gramática con la descripción estructural, por el otro, esto no puede hacerse con toda la lingüística sincrónica o descriptiva: de hecho, “[l]a lingüística estructural representa un enfoque, sin duda, muy importante […] pero, al mismo tiempo, representa una visión necesariamente parcializadora, pues, por su misma índole, se concentra en la homogeneidad idiomática, mientras que en las lenguas históricas la dimensión de la variedad no es menos importante, ni menos ‘real’, que la de la homogeneidad” (29).
Coseriu se detiene entonces en las diferencias fundamentales entre estructuralismo y dialectología, análogamente a lo que había hecho Weinreich en los primeros apartados de SDP. Cabe notar que los dos lingüistas coinciden en afirmar que el foco de estudio del análisis estructural es un sistema, es decir, una lengua unitaria, puntual y, como escribe Coseriu en F2, considerada desde un punto de vista sintópico (Coseriu [inédito]: 6). La dialectología, en cambio, se ocupa de la variedad diatópica y de las oposiciones externas que se establecen en el espacio (1). Si, según Weinreich, el estudio dialectológico de las variedades puede prescindir de los aspectos característicos de la variación horizontal o diatópica, para Coseriu este enfoque particular constituye la esencia misma de la disciplina. En STD, el lingüista rumano profundiza ulteriormente este aspecto:
La divergencia entre las dos disciplinas se debe principalmente al tipo de estructura que se sitúa en el centro del análisis. Efectivamente, existe una diferencia entre la estructura interna de la lengua, en que “se establecen relaciones diferenciales entre hechos del mismo sistema”, y la estructura externa (o, mejor dicho, ‘arquitectura’), que abarca “las relaciones entre ‘sistemas’ (modos de hablar) diferentes dentro de una lengua histórica” (31). Es interesante notar que, en STD, a fin de ilustrar los distintos tipos de relaciones (oposiciones funcionales versus
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correspondencias o equivalencias), Coseriu utiliza dos esquemas que también aparecen en la primera página del manuscrito. Las distintas configuraciones de las correspondencias entre forma (F) y valor (V), hacen patente como, en un sistema, “a las diferencias de forma corresponden las diferencias de valores, o viceversa”, mientras que “en la variedad horizontal (espacial) del lenguaje, diferentes formas pueden corresponder al mismo valor, o viceversa” (Coseriu [inédito]: 1, traducción mía). En STD, estas consideraciones convergen en un veredicto aparentemente incontestable: “puesto que las estructuras se establecen en la lengua funcional, que, por definición, no presenta variedad diatópica, hablar de ‘dialectología estructural’ es como decir ‘dialectología no dialectológica’” (Coseriu 1982: 32).
En el manuscrito, Coseriu insiste en la importancia de considerar lo sistémico y los elementos estructurales en la descripción lingüística (Coseriu [inédito]: 2).18 Según él, “la dialectología puede, por supuesto, considerar los elementos puntualmente funcionales, pero eso no la convierte en estructural, del mismo modo que la pintura no es química por el hecho de utilizar resultados establecidos por la química con respecto a los colores” (2, traducción mía).19 Evidentemente, el estudio de los dialectos se caracteriza por sus propias estructuras —las áreas— y, en este sentido, la geografía lingüística en particular es, por su naturaleza, estructural (3). Sin embargo, estas áreas pueden constituirse tanto de elementos estructurales en cualquier punto, como de elementos no estructurales y, por lo tanto, la dialectología no puede considerarse intrínsecamente estructural, ya que esto depende de las componentes estudiadas, y no de la disciplina misma (3).
Coseriu distingue entonces entre la dialectología y la descripción puntual de un dialecto que, al tratarse de lingüística analítica, debe ser estructural. Desde este punto de vista, un
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dialecto tiene exactamente el mismo estatus que una lengua histórica y, por esta misma razón, su estructura interna, las oposiciones presentes en ella y su gramática pueden ser estudiadas estructuralmente.20 Sin embargo, al estudiar comparativamente diferentes variedades o dialectos, es imposible abstraer de la dimensión geográfica y, por consiguiente, un enfoque estructural es inadecuado, si no contraproducente, como intenta demostrar Coseriu con el ejemplo de la comparación de los lexemas ‘nuevo’, ‘joven’ y ‘viejo’ (4-5). Asimismo, en F2 Coseriu añade que “fuera de un sistema los elementos ya no son comparables que materialmente” (8), incluso cuando estos elementos son estructurales. El ejemplo propuesto para corroborar sus afirmaciones, que se refiere a la oposición entre /ʎ/ y /j/ en el espacio dialectológico español (10-11), aparece también en STD, apenas mencionado en la nota a pie de página 34.21
En las últimas páginas de F2, Coseriu esboza una serie de conclusiones generales, con las que resume los puntos clave de su argumentación. En primer lugar, aunque esto parezca una contradicción, Coseriu declara que la dialectología puede ser estructural. Esta afirmación corresponde más bien a un juego retórico que se intentó ilustrar en los párrafos precedentes: esta podría ser estructural no por alguna característica intrínseca, como lo es por ejemplo el estudio de la gramática, sino debido a su método o su objeto de estudio. Por un lado, al considerar las áreas geográficas, la dialectología (en particular la geografía lingüística) es ‘estructural’, pero no en el sentido que pretende Weinreich, es decir, una afiliación a una determinada corriente de pensamiento. Por el otro, en su investigación, la dialectología puede considerar elementos estructurales, lo que permitiría hipotizar un matiz estructural en la disciplina, establecido una vez más, sin embargo, por factores externos a su naturaleza. Estructural, en sentido estricto, es la investigación de los valores y de las funciones que emergen de una comparación interna de un sistema, es decir, una variedad sincrónica, sintópica, sinfásica
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y sinstrática. Una vez establecidas estas estructuras de forma analítica, toma el relevo la dialectología, que se ocupa de ordenar y relacionar los fenómenos en el espacio. En una palabra, la dialectología ‘no geográfica’ a la que alude Weinreich (1954: 390) es, por definición, imposible, puesto que lo que se practicaría sería un análisis comparativo despojado de las características primordiales del estudio de variedades. 22 Es más, esta propuesta ignoraría el arduo camino que, desde sus inicios, emprendieron dialectólogos y lingüistas para emancipar y dignificar esta disciplina.
Las consideraciones expuestas en este breve comentario, como se puede observar, no conducen a una verdadera resolución del debate. Por un lado, la de Coseriu y Weinreich constituye una polémica sorda, que nunca fue entablada abiertamente, ni por uno ni por otro lingüista. De hecho, lo que decidió la validez de la dialectología estructural no fue ese intercambio de opiniones tan anhelado por Weinreich (1954: 388), sino el curso de la historia, que llevó a un progresivo abandono de las propuestas estructuralistas, en favor de una dialectología más dedicada a la variación. No podemos olvidar, además, la importancia que tuvieron los significativos avances tecnológicos y de método en los estudios dialectológicos, que contribuyeron a perfeccionar cada vez más el análisis de las variedades dialectales. 23 Por otra parte, la cuestión vinculada a las aportaciones del estructuralismo se desplazó a otros frentes, hasta el punto de constituir un tema de candente actualidad en las discusiones vinculadas a la lingüística contemporánea. Por lo tanto, es comprensible que estos últimos comentarios serán más abiertos, es decir, que reunirán una serie de cuestiones pendientes de las que se pueden extraer interesantes elementos para la reflexión.
En primer lugar, el hecho de que en este trabajo se haya prescindido de la definición del término ‘dialecto’ no significa que sea un tema marginal o innecesario. Al contrario. Es precisamente a partir de este concepto que se determina lo que es la dialectología y, consecuentemente, son los matices de su delimitación los que posibilitan o no un giro
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estructuralista a esta disciplina. Por un lado, se estableció un cierto consenso sobre la oposición entre lengua y dialecto que, desde un punto de vista descriptivo, se diferencian por un distinto grado de elaboración o estandarización, y no por cuestiones de prestigio o dignidad. Por el otro, cada disciplina lingüística sigue adaptando este concepto a sus propias necesidades, potenciando unos rasgos sobre otros. Y es precisamente en este campo donde se juega la diferencia de opiniones entre Weinreich y Coseriu.
Efectivamente, dados los postulados epistemológicos planteados por Coseriu en su delimitación de la dialectología, era inevitable llegar a un choque de opiniones entre los dos lingüistas. Aunque el lingüista rumano reconoce que, estructuralmente, los dialectos se comportan exactamente igual que las lenguas históricas y que, si se toman individualmente, pueden estudiarse como sistemas, una vez incluidos en un análisis dialectológico solo pueden compararse en el eje diatópico (véase también Alvar 1973: 22). Este es el punto de vista predominante en la geografía lingüística, en que los dialectos “no son más que un continuo en el que se verifica la alternancia y la distribución de las variantes en el espacio” (Marcato 2011: 21, traducción mía). Además, al afirmar que el análisis de un sistema solo puede ser sintópico, Coseriu excluye cualquier posibilidad de estudiar un dialecto de forma estructural, puesto que se prescindiría de la dimensión variacional propia de la dialectología. Esta perspectiva más bien estricta, que enfoca principalmente en los dialectos en cuanto variedades de una lengua (dia-), y no tanto en cuanto formas de hablar, de conversar (-lektos), constrasta drásticamente con la visión de la dialectología estructural, según la cual “los dialectos no son otra cosa que sistemas con reglas fonológicas propias, que deben ser analizados independientemente de su historia y aspecto articulatorio, recordando que el valor de cada rasgo deriva exclusivamente del conjunto de oposiciones internas del sistema, y que los sistemas únicos son comparables entre sí sólo si se insertan dentro de un esquema, el diasistema” (21-22, traducción mía).
En suma, es a partir de las diferentes opiniones relacionadas con la definición de dialectología —una definición que, por la manera en que fue formulada en la introducción, parece bastante trivial— que se desarrolla todo el debate relativo al problema de la dialectología estructural. Aunque muchos interrogantes quedaron sin respuesta (baste pensar en la falta de una definición unitaria del término ‘dialecto’ o en el potencial de una sistematización parcialmente estructural del estudio de la variación), la dialectología logró superar la crisis en la que se encontraba durante la década de los cincuenta, demostrando ser, aún hoy (y con matices diferentes), una disciplina de gran interés, cuyas aportaciones no deben ser subestimadas.
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1 Más precisamente, en la Historia Augusta se afirma «canorus uoce, sed Afrum quiddam usque ad senectutem sonans» ‘de voz afinada, que sin embargo sonó algo africana hasta la vejez’ (Adams 2007: 260). Con esta expresión se alude a que, en aquellos tiempos, los africanos se reconocían por su forma de hablar y, sobre todo, que los que pertenecían a un estatus social elevado solían eliminar las huellas de sus orígenes (260).
2 “Wir geben Sprechen wieder, nicht Sprache” (Jaberg / Jud 1928: 214).
3 En estos años el lingüista italiano Matteo Bartoli funda la así llamada ‘neolingüística’, una corriente idealista arraigada en la tradición ascoliana. Bartoli, alumno de Ascoli, entre otras cosas se ocupó de la recopilación del Atlas lingüístico italiano y fue el padre del método basado en las normas areales. Al respecto, véase Coseriu (1955: 61-66), Orlandi (2007: 57-59), Marcato (2011: 68-70).
4 La expresión ‘mala dialectología’ se debe a Manuel Alvar que, unos años más tarde, comentará la contribución de Catalán en un trabajo dedicado a la relación entre estructuralismo y dialectología (cf. Alvar 1973: 32). La misma locución la retomará Gregorio Salvador (1977: 39).
5 Para ulteriores profundizaciones relativas a la dialectología estructural, véase Chambers / Trudgill (1998: 33-39), Marcato (2011: 71-76).
6 A este respecto, Kabatek (2002) realiza interesantes consideraciones en el segundo apartado de su artículo, donde analiza críticamente el enfoque estructuralista del estudio de las variedades: si bien “las variedades se pued[e]n y deb[e]n descrbir, desde el punto del nivel del sistema (que no es el único existente), como unidades discretas”, esto no implica necesariamente que en el habla aparezcan de tal manera (38). Efectivamente, “en la realidad empírica no sólo se encuentran variedades ‘discretas’ sino ‘continuos de variedades’ (40). Aunque Weinreich (1954: 395-396) reconoce la existencia de este continuo (que para él corresponde a la noción de ‘diasistema’), la dialectología estructural se dedica principalmente a la subdivisión del continuo en variedades discretas, que se estudian por separado. Es más, “no es que tal variación se niegue, sino que el fin de la descripción de las variedades es precisamente la homogeneidad dentro de la heterogeneidad, y la heterogeneidad se describe, en la teoría variacional estructuralista, más bien de forma negativa, como lo que se excluye conscientemente a través de una metodología particular” (Kabatek 2002: 40).
7 De hecho, este tipo de trabajo planteó una serie de dificultades que llevó a su progresivo abandono, de tal manera que Chambers / Trudgill (1998: 36) lo califican de fracaso. A este respecto, véase también Telmon (2004: 231), en que se define la dialectología estructural como una mera delimitación episódica del campo de investigación, haciendo patente su mínimo impacto en los estudios dialectológicos tradicionales.
8 A fin de contextualizar esta discusión, es importante comentar que la fecha de publicación de los tres artículos no corresponde al año en que tuvieron lugar sus respectivas contribuciones. En primer lugar, Catalán presentó la comunicación Dialectología y estructuralismo diacrónico en 1958, durante el Congreso de Porto Alegre, y la publicó por primera vez en Estructuralismo e Historia. Miscelánea-homenaje a A. Martinet en 1962 (que se incluyó, en 1989, en una compilación de trabajos concernientes a la metodología de la lingüística histórica). La publicación de Manuel Alvar, en cambio, corresponde al desarrollo y redacción de una exposición leída durante el XII Congreso Internacional de Lingüística y Filología Románicas en 1968, dedicado al estado actual de la dialectología, en particular la románica. Finalmente, la publicación de Salvador, publicada en 1977 en la Revista española de lingüística, reproduce una ponencia presentada al Simposio de la Sociedad en 1975. Esta cronología relativa permite evidenciar como el discurso referente a la relación entre estructuralismo y dialectología estuvo constantemente presente en las décadas sucesivas a la publicación de Weinreich, justificando así su vigencia en los primeros años ochenta.
9 A este propósito, Altman (2017) comenta que se trató de “[u]na discusión oportuna, sin duda, pero precoz, dados los intereses centrales de la comunidad científica brasileña que, en ese momento, con la excepción de Mattoso Câmara y tal vez también de Silva Neto y Silvio Elia (1913-1998), estaba todavía alejada del debate estructuralista” (100, traducción mía). Y explica: “[a]sí, la oportunidad del debate introducido indirectamente por Coseriu en Brasil en 1958, entre las especificidades de la dialectología, como disciplina cuyo objeto es la variedad interna de las lenguas, y la lingüística estructural, cuyo objeto es precisamente su homogeneidad, se habría visto eclipsada por los intereses inmediatos de la mayoría de los estudiosos brasileños: la recogida de las variaciones dialectales, especialmente en lo que se refiere al léxico” (100-101, traducción mía).
10 El texto, publicado en 1981 en la revista Lingüística Española Actual, (cf. Coseriu 1981) será reeditado el año siguiente en los Cuadernos de lingüística de la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo el título de Sentido y tareas de la dialectología.
11 El manuscrito lleva el código B XIII, 21. La transcripción del manuscrito se puede consultar en su forma completa en el apéndice del trabajo.
12 Este entramado de contactos e intercambios está adquiriendo siempre más valor en el ámbito del proyecto SNF ‘Más allá del estructuralismo’ – Cartas a Eugenio Coseriu y la historia de la lingüística en el siglo XX. Para más informaciones al respecto, consúltese Kabatek / Bleorţu (2019) o el enlace: https://www.coseriu.ch/en/home.html.
13 Asimismo, una serie de cartas que se remonta a los primeros años cincuenta testifica la vigencia de un canje de publicaciones entre la Facultad de Filosofía y Letras de Montevideo, cuyo director era Eugenio Coseriu, y la Columbia University de Nueva York, donde trabajaba también Weinreich (cf. 52-06-14-Martinet, 55-01-28-Dobbie).
14 Resulta llamativo que la situación aquí ilustrada, es decir, esta dinámica particular que une a los dos lingüistas y que se materializa en una ausencia de referencias concretas a los trabajos del otro, no constituye un hapax en la relación entre Coseriu y Weinreich. En 1968, Weinreich, Labov y Herzog publican el artículo “Empirical Foundations for a Theory of Language Change”, donde, entre otras cosas, se retoman y se discuten varias ideas presentes en Sincronía, diacronía e historia (véase Coseriu 1958). Si bien el trabajo de Coseriu se menciona en una de las primeras notas a pie de página, en el resto del artículo no es posible encontrar ninguna referencia precisa a sus ideas, que sin embargo son un elemento central de la discusión (véase Kabatek [en prensa]).
15 Este último había invitado Coseriu al Congreso y se había ocupado de las cuestiones organizativas relativas al viaje y a la estancia en Brasil del lingüista rumano (cf. 58-07-25-BemVeiga).
16 En una carta de 1958, Catalán anuncia a Coseriu su participación al Congreso de Porto Alegre e propone organizar una pequeña estancia en Montevideo tras una primera etapa en Argentina (cf. 58-07-28-Catalan). En esta ocasión, Catalán reitera una invitación a participar a la Miscelánea para André Martinet. Ya un par de años antes (cf. 56-10-16-Catalan), Catalán había pedido a Coseriu que contribuyera con un artículo a la antología Estructuralismo e Historia, donde el mismo Catalán publicará, después del congreso de Porto Alegre, su contribución (cf. supra).
17 Efectivamente, en una carta apenas anterior al Congreso de Porto Alegre, Alvar se pone en contacto con Coseriu, alegrándose del encuentro en Brasil y organizando una visita a la Facultad de Montevideo, donde el lingüista español leerá algunas contribuciones que había preparado por la ocasión (cf. 58-07-04-Alvar).
18 Véase también Sentido y tareas, en que Coseriu declara: “[o]tra cosa es advertir que tampoco en la dialectología hay que olvidar que los hechos lingüísticos, además de registrarse en determinadas relaciones espaciales, funcionan –y funcionan precisamente en oposiciones funcionales internas, en los sistemas correspondientes– y que hechos materialmente idénticos pueden ser diferentes desde el punto de vista funcional, por funcionar en oposiciones distintas” (Coseriu 1982: 32).
19 Esta imagen revela una vez más la complejidad del tema y une momentáneamente el discurso relativo a la dialectología estructural con el debate que, años antes, habían protagonizado algunos renombrados intelectuales italianos. Gramsci, que en su juventud se había formado como lingüista y había sido alumno de Matteo Bartoli, en una nota de los Cuadernos de cárcel había adelantado una fuerte crítica a Giulio Bertoni, y en particular a su ensayo Lenguaje y poesía. A la propuesta de investigar la belleza de las palabras individuales, abstraídas de su contexto de enunciación, Gramsci responde con una serie de preguntas directas: “¿Qué son las palabras […] abstraídas de la obra literaria? Ya no son un elemento estético, sino un elemento de la historia cultural, y como tales las estudia el lingüista. ¿Y cómo justifica Bertoni el ‘examen naturalista de las lenguas, como hecho físico y como hecho social’? ¿Como un hecho físico? ¿Qué significa? ¿Que el hombre, además de ser un elemento de la historia política, debe ser estudiado como un hecho biológico? ¿Que un cuadro debe someterse también a un análisis químico?” (Gramsci 1977: 700, traducción mía, cursiva mía). Como afirma Orlandi (2007), el objeto de la crítica de Gramsci es, en este caso (como en otros fragmentos de los cuadernos), la actitud “puramente sintáctica” y mecánica tanto en los estudios glotológicos como, más en general, en los enfoques del conocimiento en general (74).
20 Véase Coseriu (1982), en que se afirma: “[e]n el sentido etimológico, o sea, según la visión griega de las cosas del lenguaje –la que, por otra parte, no ha cambiado mucho en este caso–, un ‘dialecto’ es un modo interindividual de hablar, un ‘genus loquendi’ tradicional. Ahora bien, un modo común y tradicional de hablar es un sistema de isoglosas ‘completo’, o sea, realizable –directa o indirectamente– como actividad lingüística, es una lengua […] Ello significa que también el concepto de ‘dialecto’ cae bajo el concepto general de ‘lengua’ y que entre dialecto y lengua no hay diferencia de naturaleza o ‘sustancial’. Intrínsecamente, un dialecto es simplemente una lengua: un sistema fónico, gramatical y léxico” (10).
21 Además de oponerse a un análisis puramente sistemático, Coseriu rechaza la supuesta supremacía del habla, afirmando que la dialectología debe hacerse en primer lugar en el plano de la norma de realización, y no de la realización individual (haciendo referencia a su tripartición entre sistema, norma y habla, véase Coseriu 1952). En efecto, en la nota 36 de su artículo, especifica: “[p]ero no es necesario (ni oportuno) llegar, en la fonética, hasta la pronunciación individual y ocasional de tal o cual informante. Contrariamente a lo que menudo se pretende, la encuesta dialectal no debe ser ‘fotografía’ del hablar. Los dialectos son ‘lenguas’, no modos de realización de una lengua en el hablar, y la encuesta debe revelar ‘lo dialectal’ como ‘hecho de lengua’, no como ‘hecho de habla’” (Coseriu 1982: 34).
22 Una opinión parecida la expresa Alvar (1973), cuando admite que “negar a la dialectología – o a la lingüística en general – su entronque con otras disciplinas puede no ser motivo de progreso. Naturalmente que no pretendo olvidar que la dialectología es una disciplina lingüística; tan sólo quiero señalar cómo por muy cerrada que sea la estructura de una lengua siempre hay elementos o procesos íntegros que sólo se pueden explicar desde la historia o desde los otros integrantes culturales, a los que no se debe renunciar si no queremos mutilar nuestro propio conocimiento” (19).
23 En este punto se detiene también Alvar (1973), cuando admite: “[d]udo que la geografía lingüística –pongo por caso– sea una etapa superada de la ciencia del lenguaje: mal se explicaría su extraordinario florecimiento actual y la aparición de nuevos métodos de trabajo dentro de unos moldes que pudiéramos llamar tradicionalistas” (18).
[p. 1] “Dialettologia strutturale” mi suona come una contraddizione nei termini, una tauto confusione o una tautologia. Si sa che io non ho antipatia per lo strutturalismo, che considero che tutta la linguistica deve essere strutturale e che, in un certo senso, lo è stata sempre. Perciò si capirà che non mi oppongo al punto di vista strutturale nella dialettologia, ma alla cosiddetta dialettologia strutturale.
a) Le strutture si stabiliscono in un sistema, ossia, in una lingua unitaria, puntuale, dove a differenze di forma corrispondono differenze di valori, o viceversa (F-V F’-V’). La dialettologia si occupa della varietà orizzontale (spaziale) della lingua, dove a forme diverse può corrispondere lo stesso valore, o viceversa.
Perciò parlare di una dialettologia strutturale è una contraddizione nei termini, come variabilità dell’uniformità o estensione della puntualità.
b) Se s’intende che la dialettologia tiene o deve tener conto degli elementi strutturali, è vero, ma attribuire la strutturalità alla dialettologia è una confusione. Sarebbe come parlare di stilistica strutturale perché considera i fonemi, pedagogia linguistica strutturale, foniatria strutturale. Infatti, lo strutturalismo è un punto di vista della linguistica analitica, si riferisce agli elementi linguistici, non un punto di vista della dialettologia. La dialettologia può, naturalmente, considerare gli elementi funzion puntualmente funzionali, ma non per questo diventa strutturale, così come la pittura non è chimica per il fatto di adoperare risultati stabiliti dalla chimica rispetto ai colori.
La stilistica studia altre strutture (strutture proprie del discorso) e la dialettologia pure: le sue strutture sono le aree, e queste possono essere di elementi strutturali in ogni punto, o anche di elementi non strutturali (cf. pojo | požo || poʎo).
3) Ma se le strutture della dialettologia sono le aree, parlare di “dialettologia strutturale” è una tautologia, perché in questo senso la dialettologia (come geografia linguistica) è naturalmente “strutturale”.
Vi può essere, quindi, una dialettologia degli elementi strutturali, ma il loro carattere strutturale, dovendo essere stabilito per ogni elem[ento] nel sistema in cui funziona, non lo stabilisce la
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dialettologia come tale, bensì la linguistica analitica puntuale. Ci può essere una stilistica degli elem[enti] strutturali, ma il loro carattere strutturale non lo stabilisce la stilistica.
Si consideri, poi, come si farebbe la dialettologia strutturale con fatti lessicali
Per esempio
velho sarebbe strutturalm[ente] diverso.
Anche al contrario
Dovremmo dire che nou (che si oppone a vechiu e non soltanto a un valore di questo) è diverso da nuovo – nuevo?
[p. 6] Is a structural Dialectology impossible?
El punto de vista “estructural” implica la consideración de los fenómenos lingüísticos en una estructura interna, oposicional (f[orma]s distintas para valores distintos). Las f[orma]s y los valores, además, constituyen sistemas. Ahora, esto es posible sólo puntualmente o, mejor dicho, sintópicamente.
El p[unto] d[e] v[ista] de la dialectología, en cambio, es diatópico: no se trata de oposiciones funcionales internas (en una estructura ling[üística] con resp[ecto] al significado objetivo), sino de oposiciones externas (f[orma]s varias para el mismo significado; significados varios para la misma forma). En este sentido, pero, la dialectología estructural es imposible, pues su punto de vista es otro. Los valores estructurales se establecen sintópicamente, no pueden establecerse en el espacio (se establecen en la estructura).
Otra cosa enteramente distinta es la descripción de un dialecto, que, naturalm[ente], debe ser estructural. Pero en este sentido no se trata de “dialectología”, sino de ling[üística] analítica simplemente (que un “dialecto” no considerado en relación con otro, no se distingue de una “lengua”).
Otra cosa, todavía, es el establecer fronteras entre elementos estructuralmente diferentes (que se han establecido como tales en las estructuras correspondientes). Pero, en este sentido, no se trata de “dialectología estructural”, sino de dialectología de hechos estructurales. Se trata del
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material ordenado y no de un p[unto] d[e] v[ista] especial en dialectología. La pregunta de si la dial[ectología] estr[uctural] es posible, en este sentido, vale lo mismo que la pregunta de si es posible una dialectología léxica, fónica, etc. (se refiere al material ordenado) y la contestación es, naturalmente, afirmativa: se trata de establecer hasta dónde se extiende el mismo sistema. Pero fuera de un sistema los elem[entos] ya no son comparables más que materialmente. Aun los elem[entos] “análogos”, entre sist[emas] distintos, no se pueden identificar sino materialmente. Por ej[emplo], se establece que en el dial[ecto] A y en el B hay un fonema /p/; pero este fonema no es el “mismo”, pues entra en estructuras distintas.
Sin embargo la identificación espacial es posible, pues los mismos hablantes identifican materialm[ente] los elem[entos] de sistemas distintos en su comprensión inmediata del otro sistema (no en poder hablar el otro sistema) y esta no es una consideración desde el p[unto] d[e] v[ista] “ingenuo” del hablante, sino que se refiere al modo de funcionar la lengua.
Por ej[emplo] /s/ en ital[iano] y en esp[añol] deberían ser distintos, pues en ital[iano] se opone a /z/, lo cual no ocurre en esp[añol]. Ello, sin embargo, es importante para hablar italiano (situándose en una estructura), y no para comprender desde el esp[añol] las palabras italianas sole, casa etc.
Esto, por un lado, significa que lo sist[émico] no puede ignorarse en la descripción ling[üística] (es un argumento más); por otro lado, implica que la dialectol[ogía], aún comparando elementos estructurales, no puede dejar de compararlos materialmente..
Por ej[emplo], por lo que concierne a /ʎ/-/j/ los espacios dialectológicos esp[añol] son tres:
Estructuralmente son dos:
Pero ello ocurre considerando sólo estos fonemas. Para /l/ el espacio sería único, pero en Cas[tilla] se opone a /ʎ/, lo cual no ocurre donde hay /ʎ/.
En conclusión:
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a) la dial[ectología] puede ser estructural, pero no en cuanto dialectología, sino por el material que ordena en el espacio. Estructural, metodológicamente, no es la dialectología, sino la investigación puntual de las estructuras que establece los valores estructurales. Que /ʎ/-/j/ son fonemas distintos no lo sabemos comparando kaʎó con kajó, sino comparando en un sistema, en el mismo lugar, en el mismo hablar, kaʎó con kajó (calló – cayó). Una vez establecido esto, analíticamente, la dialectología puede establecer relaciones espaciales.
b) en cuanto dialectología propiam[ente dicha] no es estructural, pues examina relaciones en el espacio y no en una estructura, y en este sentido puede ser estructural también, pero no exclusivamente (así como puede ser léxica, pero no solo léxica). Lo “estructural” es simplemente uno de los varios tipos de material ordenable diatópicamente.
c) la dial[ectología] propiam[ente dicha] no tiene nada que ver con la descripción de un dialecto, que es ling[üística] analítica, no dialectología.
Hay una dial[ectología] “estructural” sólo en el sentido de que los elem[entos] de la lengua los establece la ling[üística] analítica y toda otra ling[üística] que trabaja con elem[entos] establecidos los toma de ella.
Pero, en este sentido, hoy t[am]b[ién] una estilística estructural, una gr[amática] comparada estructural, etc. (en cuanto el estruct[uralismo] es un modo de considerar los elem[entos] ling[üísticos]).
Por otra parte, la dial[ectología] puede ser gramatical si los elem[entos] son gramaticales; estilística si son estilísticos, etc. Lo de “estructural” se refiere a cómo se han establecido los elem[entos] y no a lo que hace la dialectología.
Aun cuando ciertas oposiciones se establezcan por los mapas, se referirían a un hablar (por ejemplo comparando los mapas kaʎó y kajó).
[p. 14] El p[unto] d[e] v[ista] estructural se aplica a los hechos lingüísticos, a su relación unos con otros en una [técnica] lingüística.
El p[unto] d[e] v[ista] dialectológico, a la disposición espacial de los hechos lingüísticos, a su relación unos con otros en [técnicas] diferentes.

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