Martínez del Castillo, Jesús:
Sobre las categorías. Buenos Aires: Deauno.com, 2011. 324 páginas. ISBN
978-987-680-028-0.
La perspectiva lingüística suele hacerse cargo no tanto de las
categorías en sí como de su alcance, de los ejemplares que caen dentro de su
cerco. La pregunta más habitual suele ser, pues, “qué elementos comprende tal o
cual categoría”, y no “de dónde surge esta” o “cuál es su función”. Martínez
del Castillo, en Sobre las categorías, deja de lado la “comprensión” de
las categorías para centrarse en estudiarlas “en lo que significan y aportan
como instrumentos del conocer” (15).
Con este objetivo, traza un plan de ruta que presenta tres paradas fundamentales: las categorías de los cognitivistas (identificadas sobre todo con la visión de Lakoff 1 , las categorías aristotélicas (la substancia, el cuánto, el cuál, el respecto de algo, el dónde, el cuándo, el estar en cierta posición, el tener, el hacer y el padecer) y los argumentos de la lingüística del decir que reivindicara Ortega y Gasset en diversos lugares de su obra. Antes de detenernos en el recorrido propuesto por el autor, es imprescindible referirse a Eugenio Coseriu, cuyas bases lingüísticas condicionan todo el tratado.
El autor de esta obra filosófico-lingüística toma del sabio rumano el concepto de hablar y lo presenta como algo determinado por el decir (noción empleada por Ortega). A su vez, el decir posibilita el conocer. El ser humano se pronuncia acerca del mundo, “crea la realidad” con su decir. De los argumentos del autor se desprende tácitamente cierta irreductibilidad mutua entre el decir y el conocer; no hay forma de imponer una prioridad en estos dos aspectos de lo que parece un mismo proceso. El hablar, por su parte, correspondía según Coseriu al nivel universal de la determinación lingüística; el nivel histórico se identificaba con los medios particulares de una lengua histórica y, por último, al nivel individual le adjudicaba el autor rumano el uso circunstancial que un individuo hace de una técnica del hablar, esto es, de una lengua histórica.
Con esta tripartición de fondo, Martínez del Castillo elabora una interesante confrontación de pareceres. Vamos, pues, con el comentario acerca del recorrido que antes especificamos.
En su introducción al libro, Martínez del Castillo desglosa críticamente los principales hallazgos cognitivistas en torno a las categorías. En el primero de los capítulos, establece cuál ha de ser, a su ver, el punto inicial de la discusión: el decir. El ser humano es “dicente”, siendo el decir un acontecimiento dado en el sujeto, pero en tanto miembro de una comunidad de hablantes. Un lingüista comenzaría su explicación justo después del hablar: del hablar abstraería el sistema y observaría la acción de la norma. Un filósofo que fuera consciente de la importancia principal del lenguaje empezaría su exégesis desde ese otro momento que conlleva el hablar, pero que queda por detrás de él como justificándolo: el decir. A Ortega, como a Martínez del Castillo, le interesa desentrañar la intención significativa del sujeto que se pronuncia ante el mundo (cf. 25). Por lo demás, la suerte de la “convivencia” entre Ortega y Coseriu solo puede garantizarse iluminando la faceta más filosófica del segundo, pues si la lingüística, en general, persigue “definiciones”, la filosofía del lenguaje orteguiana consiste en “descripciones” razonadas (y a veces excelsas) de aspectos que en última instancia son únicos
Jesús Martínez del Castillo: Sobre las categorías - 73 -
e irrepetibles, privativos de cada vida humana. Las tareas son diferentes como diferentes son los discursos lingüístico y filosófico si se comparan sus manifestaciones más canónicas.
Aristóteles entra en escena en el capítulo 2 y su papel en esta historia es múltiple. Por un lado, Martínez del Castillo se emplea en la interpretación de sus categorías o predicamentos, esto es, “cosas que se dicen” 2. Consigue así ir virando hacia las ideas de Ortega, que son las que verdaderamente lo mueven. En Aristóteles, la substancia, el cuánto, etc. constituyen “lo que puede decirse del ser”. Por otro lado, el caso de Aristóteles y sus categorías sirve a Martínez del Castillo para mostrar el nivel histórico e individual que toda categoría comporta (amén del universal, en tanto decir). ¿En qué sentido? Aquí viene precisamente uno de los caballos de batalla de nuestro autor: si Aristóteles fue capaz de vislumbrar estos moldes conceptuales o categorías, es porque estos ya tenían “un lugar” en el estado de la lengua griega que manejaba el estagirita. Así, este descubre sus categorías como resultado del “saber originario que todo hablante tiene de cómo funciona su lengua [...]. El saber originario [...] es la base para toda reflexión lingüística”. Sin embargo —sigue nuestro autor—, “Aristóteles no tiene opinión formada sobre esto 3 y dice que su reflexión es intermedia entre la acreditación de los sentidos y la ‘abstracción comunista’” (116).
Sea como fuere, para este asunto del “fondo de lengua griega” en el ser de Aristóteles, Martínez del Castillo se apoya fuertemente en Benveniste 4. Esto le sirve para dar un paso más en dirección hacia lo particular 5. Las categorías de Aristóteles constituirían “una propedéutica del pensar” que sigue “las pautas y los valores de la lengua griega en el estado de lengua que estaba en vigor en la época” y el “modo de pensar de Aristóteles” (129). En este punto de la historia, Martínez del Castillo ya se ha llevado las categorías a su terreno (la lengua) sin traicionarse en sus principios coserianos. Así, declara que el problema de las categorías es lingüístico (arraiga en el decir, hecho universal), no se sale de las posibilidades dadas en una lengua (hecho histórico) y responde al modo de pensar de un individuo hablante (nivel individual). No obstante, la atracción por lo singular lleva a Martínez del Castillo a dejarse arrastrar por la poderosa marea de Ortega, para quien las categorías “les son” a los individuos. Sanamente contagiado de razón vital, dirá que “la realización de las categorías es ejecutada siempre por un sujeto individual creativo e inteligente incardinado en una circunstancia” (176). Para la profundización en Ortega (capítulo 7), el autor de Sobre las categorías se sirve en gran medida de las investigaciones llevadas a cabo por D’Olhaberriague Ruiz de Aguirre 6.
Jesús Martínez del Castillo: Sobre las categorías - 74 -
Según deducimos de la lectura de Sobre las categorías, Ortega no debería estar de acuerdo con los cognitivistas, y ello por el afán único universalista (biologicista, genetista) a que estos quieren reducir el asunto. Por su parte, las discrepancias de Ortega con Aristóteles estarían más bien en la concepción orteguiana del ser, que es “actuante” (frente al ser “substante” del filósofo griego). Ortega también suscribiría la determinación que la lengua de un autor ejerce sobre su sistema de categorías. De hecho, asume que la lengua provee al pensamiento de moldes fundamentales para reconocer las cosas. Se diría que, en clave humboldtiana, Ortega se resiste a pasar el mal trago de tratar del lenguaje dejando al ser humano aparte. No creemos, sin embargo, que la aproximación de Ortega al decir individual y, por tanto, a las situaciones concretas, se asimile necesariamente al campo de la pragmática. El nivel del decir orteguiano es previo a la separación gramática/pragmática; en este nivel, el decir se explica describiendo cómo la palabra y su contorno se presionan y condicionan mutuamente:
La palabra “dicente”, a diferencia de la voz inerte del diccionario, lo es siempre en referencia a un contorno —el contexto de los lingüistas— que la presiona y a la vez el contorno es presionado por ella [...]. La división entre significante y significado no tiene sentido desde un decir expresivo basado en la circunstancia del hablar (239).
Martínez del Castillo cierra su obra corroborando sus intuiciones previas: “En sí mismas [las categorías] constituyen consideraciones cognoscitivas de un sujeto libre que crea una interpretación de lo que le rodea. Como toda ciencia y como todo acto del conocer, son elementos fantásticos convertidos en instrumentos del conocer” (267).
Quisiéramos terminar con dos apuntes: uno que se refiere a las preguntas que nos ha suscitado esta interesante lectura y otro que consistiría en un pequeño balance sobre ella.
De los tres niveles coserianos (universal, histórico e individual), Martínez del Castillo ha abundado en el individual, el cual exige un modo de discurso particular; es el discurso de la reflexión sobre la lengua, la filosofía del lenguaje, que alcanza un brillo y maestría encomiables en Ortega. La descripción del acontecimiento de la categoría “en alguien a quien las cosas le son” hace ver que la comunicación tiene mucho de traducción: si las categorías del conocer de Martínez del Castillo son individuales (más allá de que grupos humanos concretos vayan forjando sistemas categoriales más o menos comunes), entonces la comunicación entre individuos debe de consistir en una traducción intercategorial; para entender, cada individuo necesita trasladar lo escuchado a sus propias categorías (y solo él sabe en qué consisten estas...). El fenómeno que subrayamos está ligado a la analogía, ya que el propio individuo ve alteradas sus categorías en función de lo novedoso, y esto se hace por analogía, noción presente en muchas explicaciones en este tratado y relacionada con la imagination de Lakoff como bien reconoce Martínez del Castillo. Sin desatender ninguno de los niveles de Coseriu, Martínez del Castillo ha hecho un ejercicio intelectual centrado en lo diferencial, convencido de que lo único que hay, a fin de cuentas, es la vida de cada cual. No quisiéramos dejar de mencionar tampoco el gran interés que tendría continuar este tratado por el flanco de la distinción entre categoría y palabra. ¿Cuál sería la diferencia, habida cuenta de lo dicho en este libro? Por último, un gran tema que, aunque tocado incluso con cierta profundidad, no ha sido el centro de esta obra: la articulación sujeto/predicado no como esquema sintáctico, sino como esquema del decir.
Nuestro balance es muy satisfactorio por varios motivos. Martínez del Castillo se hace preguntas muy perspicaces y maneja argumentos que bien pueden ayudar a quienes buscan incansables los ejemplares de una categoría. Por otro lado, lleva a buen puerto esa práctica tan
Jesús Martínez del Castillo: Sobre las categorías. - 75 -
grata de atender a la lengua sin dejar de lado al hombre. Martínez del Castillo se esmera en la transmisión de unos saberes nada fáciles, funda sus argumentos sobre abundante bibliografía clásica y actualizada y consigue crear, enseñar y deleitar en un mismo movimiento.
Manuel Rivas González
1 Lakoff, G. (1990): Women, Fire and Dangerous Things. What Categories Reveal about the Mind. Chicago & London: The University of Chicago Press.
2 Para este cometido, nuestro autor complementa sus incursiones en las obras aristotélicas con los interesantes apuntes de la introducción de J. Mittelmann a Aristóteles (2009): Categorías. Sobre la interpretación. Buenos Aires: Losada.
3 Nos preguntamos no obstante: ¿es esto exactamente así o, más bien, Aristóteles podría haber “decidido” no reparar en la raigambre lingüística de sus categorías por ser imposible proceder de otra manera...? Es decir: si siempre, inevitablemente, las categorías que un autor proponga van a ser potestades de una lengua, ¿a qué hacernos problemas con este hecho que no concede alternativa? A fin de cuentas, no vamos a dejar de pronunciarnos acerca del ser de las cosas, y ello implica inexcusablemente hacerlo desde/en/mediante una lengua...
4 Benveniste, É. (1966) : Problèmes de linguistique général. Paris: Gallimard.
5 Como decimos, Martínez del Castillo se encamina indefectiblemente a lo individual, lo que equivale a decir que se encamina a Ortega. Para el ilustre pensador, todo se reduce, en última instancia, a la vida de cada cual. Por lo demás, uno de sus recursos más logrados es el de reunificar las distinciones llevadas a cabo por las ciencias para “recuperar” las conexiones perdidas entre las cosas. De ahí que sea “una” la función que Ortega le depare al lenguaje, la expresivo-significativa; “una”, la esfera que para él conforman sustantivo y verbo; “una”, la figura del filósofo-poeta que se adentra en estas cuestiones.
6 D’Olhaberriegue Ruiz de Aguirre, C. (2009): El pensamiento lingüístico de José Ortega y Gasset. A Coruña: Espiral Maior.