Ana Agud, Salamanca

Teoría crítica de la lingüística: un enfoque humanístico


1. Introducción: "lenguaje" vs. "proceso lingüístico"

La "Teoría Crítica de la Lingüística" en la que trabajo actualmente, y de la cual me propongo presentar aquí algunos elementos, no es ni un nuevo modelo del lenguaje ni una nueva metodología para hacer lingüística, sino una reflexión teórica sobre las condiciones bajo las cuales tiene lugar el trabajo lingüístico, así como sobre las consecuencias de esas condiciones tanto para la validez objetiva de sus resultados como para la legitimidad ética de sus supuestos teóricos y sus métodos de trabajo. Se mueve por lo tanto en el campo de las "condiciones de la posibilidad del conocimiento lingüístico".

Esta Teoría Crítica de la Lingüística es el resultado tanto del magisterio combinado de Eugenio Coseriu y de Josef Simon como del conjunto de mi experiencia lingüística, filológica y filosófica. El lazo obvio de unión entre los planteamientos de Coseriu y Simon es Humboldt, y Humboldt es también el punto de partida de esta reflexión.


1.1. Lingüística de la facticidad

Como es sabido, Humboldt aborda la comprensión de lo que ocurre al hablar desde una posición no sustancialista ni identitaria. Hablar no es "aplicar" un lenguaje ni "usar" unas palabras, sino que es crear sentido a partir de los rastros sonoros y simbólicos de los anteriores actos de habla en el caso del hablante, y recrear sentido a partir de las palabras escuchadas al otro en el caso del oyente. La memoria humana no guarda un recuerdo pasivo de las palabras escuchadas. El cerebro humano está en un movimiento constante de estructuración y reestructuración, de modo que, cuando echamos a hablar, lo hacemos por los cauces que nuestro propio cerebro genera y regenera de continuo, como ya intuyó con toda claridad el indoeuropeísta alemán Hermann Paul. Ningún elemento de nuestro hablar está asociado de manera fija a ningún significado o uso, aunque hábitos de hablar muy arraigados parezcan sugerir que llevamos dentro alguna clase de "fichero".

La "estructura" lingüística no es pues la estructura de ese fichero, sino enérgeia, un "suceder estructurado y estructurante". Entiendo que el postulado humboldtiano de que "el lenguaje no tiene existencia determinada más que en el hablar cada vez" tiene que ponerse en la base de toda reflexión teórica sobre él, de todo diseño metodológico y de toda formulación de resultados, y sobre todo: que tiene que aplicarse al propio lenguaje de la lingüística. La lingüística es ella misma un "juego lingüístico" más. No es "metatexto" sino "más texto". Por eso en su momento he calificado este tipo de reflexión de "lingüística de la facticidad".

No es pues que "exista la estructura y ocurra el hablar", sino que estructura y hablar "ocurren" ambos. No hay diferencia ontológica entre el significado y el uso de las palabras, porque ni "existen" significados (¿dónde y cómo existirían?), ni hablar es "usar" palabras. En este punto creo posible enlazar la teoría humboldtiana con las recientes hipótesis sobre la "memoria no representacional" en las neurociencias.

En el hablar, también como gramáticos o lingüistas, generamos estructura sobre la base de estructuraciones ya experimentadas previamente, pero estas últimas no nos condicionan de un modo absoluto, aunque sí lo hagan masivamente. Hablamos estructuradamente, pero ni el modo ni el grado de estructuración de nuestro hablar son constantes: hay que pensarlos como variables. Al hablar, o bien reforzamos las anteriores estructuraciones tanto de nuestro discurso como de sus referencias, y tanto de nuestro lenguaje como de nuestro mundo, o bien las modificamos, las ampliamos o las reducimos. Igualmente el grado de estructuración

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lingüística exhibe una gran variabilidad práctica: nuestras palabras al hablar pueden ser y son, desde muy precisas y claramente delimitadas respecto de otras, hasta muy difusas. El hablar funciona en parte como un juego de planos entre lo estructurado y lo difuso o desestructurado.


1.2. Lingüística de base nominal y lingüística de base verbal


En el marco de la tradición gramatical europea se comprueba una fuerte inclinación a absolutizar el modo nominal de la expresión como paradigma de la cognición, y como forma de la categorización de lo lingüístico, y por consiguiente a neutralizar el modo verbal y su referencia inherente al tiempo y al sujeto.

La nominalización es una estrategia lingüística consistente en reconducir el pensamiento a entidades presuntamente definibles y delimitables entre sí, y en representar la realidad como conjunto o serie de las mismas, como "cosas", trasladando la relación que existe entre el nombre propio y el individuo al que éste identifica a la designación idiomática general (nombre común) de los presuntos componentes de esa realidad. Tendemos por ello a "atribuir existencia real identificable" al presunto correlato real de nombres como "el lenguaje", el "sujeto", el "ser", la "estructura", la "gramática". Pero el hecho de que nosotros imprimamos a trechos de nuestro hablar la forma nominal no nos autoriza a atribuir consistencia ontológica a sus presuntos referentes. Ni Dios existe porque tengamos su nombre, ni existe el "significado" porque haya tenido un largo éxito entre nosotros formar ese sustantivo al hilo de nuestro hablar sobre el hablar.

Una opción radicalmente distinta de teorizar sobre el lenguaje sería hacerlo tomando como representación paradigmática del mismo el modo verbal, e integrando por lo tanto desde el principio la temporalidad y la referencia al hablante y al oyente como los rasgos esenciales del proceso lingüístico. La creación de sentido, y de más o menos sentido cada vez, en el tiempo y proceso del hablar, puede ponerse en paralelo con la creación de sentido musical en el suceder, también estructurado y estructurante, de la música, en su producirse y desvanecerse, y en su forma dinámica de ir dejando huellas, más o menos definidas y duraderas, en cada individuo.

En la constitución de sentido al hablar interviene toda la complejidad inaprensible de unas individualidades opacas e impenetrables, así como su libertad e historicidad en cada instante. Y esto es algo difícil de representar bajo los "moldes cognitivos" usuales en el discurso científico. Por eso tendemos a categorizar retroactivamente nuestro hablar a semejanza del modo como categorizamos lo demás al hablar sobre ello: rodeándonos de un mundo de cristalizaciones estables, coagulando el proceso lingüístico en entidades presuntamente delimitables.


1.3. El instinto de "seguridad" y el primado de la estabilidad


No cabe duda de que al hablar estructuramos, y de que imprimimos a nuestro hablar formas muy complejas y arraigadas, que explican y sustentan nuestra fe en la gramática, la misma a la que Nietzsche responsabilizaba de la fe en Dios. Del mismo modo no cabe duda de que al hablar nos referimos a algo. Hablar es un comportamiento inherentemente trascendente, que remite a lo que no es él y lo funda, generando ese "círculo" idiomático del que según Humboldt no podemos salir más que para entrar en otro. Hablando los individuos humanos nos orientamos en el mundo organizando nuestras impresiones sensoriales y motoras desde

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estructuraciones predominantemente lingüísticas. En ellas intervienen como principales vectores psicológicos opuestos la necesidad de seguridad, que genera repetición y consolidación de estructuraciones previas, y el afán explorador, innovador y de riesgo, que aventura estructuraciones nuevas al precio de no pocas ni triviales desestructuraciones y desestabilizaciones. Claramente el primero de esos vectores es el más fuerte con diferencia. Pero es el segundo el que multiplica exponencialmente nuestra capacidad de adaptación respecto de la los demás animales.

La estabilidad gramatical y léxica de nuestros hábitos de hablar es reforzada por el primero, pero sería un grave error erigirla en paradigma o modelo del lenguaje, como sin embargo acaban haciendo la mayoría de las teorías lingüísticas. Como decía Coseriu, la pregunta correcta no es por qué cambian las lenguas, sino por qué cambian tan poco. La preponderancia cuantitativa de lo estable y reiterado refuerza la función orientadora del hablar, pero otorgarle también un primado epistemológico es una decisión equivocada. Hablar es un proceso complejo, dinámico, voluntario pero sólo limitadamente consciente; es parte de la historia de los individuos, y contribuye a crear y reforzar o debilitar en ellos los caminos neurales que forman la "personalidad" y sus recuerdos. Y es parte de la experiencia tanto estabilizadora como desestabilizadora de cada individuo.


1.4. Historicidad de la lingüística


Estos son algunos de los puntos de partida para las reflexiones críticas sobre la formación de teorías lingüísticas que siguen. Esta reflexión aplica entre otras cosas al lenguaje de la lingüística el profundo conocimiento sobre la historicidad de las lenguas obtenido por la lingüística histórico-comparativa. Una gramática o una teoría lingüística constituyen un idioma histórico, tan dependiente de la individualidad e historicidad de sus hablantes como cualquier otro. Las comunidades de gramáticos son comunidades lingüísticas. Su hablar también evoluciona y se dialectaliza, y su semántica también se constituye en el hablar cada vez. La relativa estabilidad de las teorías gramaticales y lingüísticas reposa sobre la misma confianza inverificable en la estabilidad intersubjetiva de los significados que sostiene a cualquier ideología.

Coseriu representa una curiosa excepción en la formación de teorías lingüísticas a lo largo del siglo XX. Enlaza sin problemas con cuanto el siglo XIX europeo aportó en materia de más y mejor conocimiento de las lenguas humanas, y utilizó para sus propios análisis herramientas fabricadas en parte por el estructuralismo de raíz saussuriana, luego afinadas y matizadas por él mismo. Pero no derivó de su utilización especulaciones sobre la naturaleza del lenguaje condicionadas por el tipo de decisiones metódicas que implican tales herramientas. Incluso abundan sus escritos en advertencias contra el peligro de hacer precisamente eso. Por ejemplo a Coseriu nunca se le habría ocurrido la idea de construir una lingüística del texto al modo de la de Van Dijk. Si no su filosofía expresa, que era bastante afín a Aristóteles, en todo caso su agudo instinto crítico y su inmensa cultura le preservaron siempre de hipóstasis metafísicas. Nunca olvidaré su entusiasta adhesión a mi tesis de que para el lenguaje no basta ninguna lógica menos compleja que la de Hegel.

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II. Objetividad versus legitimidad

2.1. Los hechos, la totalidad y las decisiones culturales


Podría considerarse como un "hecho lingüístico objetivo" que en griego clásico hay cinco "casos", si partimos de que un "caso" es una pieza identificable del hábito de hablar de los griegos antiguos, marcada por una fisonomía sonora y una distribución también identificables. No sería en cambio un "hecho objetivo", verificable o falsificable, que en griego clásico haya "casos rectos" y "casos oblicuos", aunque tengamos terminología antigua para esta distinción (orthaí, plágiai), o "casos gramaticales" y "casos locales". Estas distinciones se pueden hacer, pero los testimonios del griego clásico no obligan a hacerlas.

Tampoco es un hecho objetivo que en griego haya un "sexto caso", como defiende El Brocense, y no porque sus argumentos no sean buenos. Tiene razón cuando señala que con las formas de los sustantivos griegos se expresan funciones en todo equivalentes a las del ablativo latino. Lo que ocurre es que, según su "teoría lingüística", los casos deben identificarse por sus "funciones", no por sus desinencias. Esto no es un postulado verificable empíricamente, porque no es un "enunciado de protocolo" sobre un presunto objeto externo, sino una decisión metodológica. El criterio para valorarlo no puede ser su adecuación a hechos, sino a objetivos de la investigación cuyo sentido hay que explicitar.

La postura del Brocense tiene su fundamento legitimador en la actitud universalista asociada al Humanismo y la Ilustración, cuyo pathos es demostrar que las diferencias entre idiomas no afectan a la capacidad ni de razonar ni de expresarse de sus hablantes. Se trata de postular una esencial igualdad humana de todo hablante, es decir, de fundar antropológicamente el objetivo humanista de la igualdad jurídica, proyectando ese objetivo en una interpretación de las morfologías idiomáticas lo más "igualitaria" y "homogeneizadora" posible.

Es bien conocido que Chomsky decidió entroncar con esta corriente, si bien al margen de su contexto ideológico, y que optó por ignorar en su modelo lingüístico las morfologías en su conjunto. Esto convierte a la totalidad de las "piezas" lingüísticas que identificaba su teoría en subproductos de la propia teoría, no en categorías empíricas.

Y es que en relación con el lenguaje el empirismo coseriano del "decir las cosas como son" prohíbe efectuar sobre el lenguaje selecciones decisionistas como la división entre "estructura superficial y profunda". En rigor prohíbe recortar la "totalidad", es decir, obliga a partir de ella y a intentar regresar a ella, de acuerdo con el postulado hegeliano de que "das Ganze ist das Wahre", y por lo mismo prohíbe administrar arbitrariamente el grado de realidad o de esencialidad de cuanto calificamos de lingüístico. Obliga por lo tanto, entre otras cosas, a tomar absolutamente en serio el lado acústico de las lenguas y su peculiar articulación en cada caso.

Ahora bien, calificar algo de "lingüístico" es hacer algo, es tomar una decisión epistemológica (ya Aristóteles afirmaba que poiountes gar gignoskomen), y no meramente "enunciar" una proposición que sería reflejo cierto de "cómo son las cosas en realidad". Por ejemplo: la decisión de incluir los aspectos pragmáticos en el objeto de la lingüística, o la opuesta de dejarlos fuera de él, no se deduce de ninguna experiencia con arreglo a la cual se pudiera verificar o falsificar la justeza de esa decisión. Esa decisión es parte de un trabajo del espíritu, ya lingüístico pero previo a cualquier actividad científica sobre el lenguaje, y que forma parte de la construcción individual de una cierta acepción de qué es lenguaje y qué no lo es.

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Por lo mismo categorizar ciertos fenómenos de ciertos idiomas, o incluso de todos los idiomas, como "casos gramaticales" es una decisión metodológica, no arbitraria ni caprichosa, pero tampoco ontológicamente necesaria, y que por ejemplo no tuvo lugar en la tradición gramatical india, en la cual no existe una categoría de "caso" como la nuestra, sino dos diferentes: la de vibhakti y la de kāraka. La primera se refiere a las series de desinencias. La segunda se refiere al papel de los seres reales, representados por los sustantivos declinados, en la "acción" representada por la frase. Se podrían equiparar estas dos categorías con las nuestras de "desinencias" y "funciones", y esa equiparación no sería insensata, ya que funcionaría aceptablemente bien en determinadas circunstancias. Pero no en todas.

Así que no podemos postular que "existen", en un sentido ontológico, ni los "casos" ni las "desinencias", ni las "frases", ni siquiera "el lenguaje". Nosotros categorizamos ciertos aspectos de nuestro comportamiento mediante palabras como ésas, pero tenemos que permanecer conscientes de que nuestras categorizaciones son decisiones, más o menos conscientes, mejor o peor motivadas, pero que en ningún caso son "nombres" de "hechos o cosas reales", por más que sean fruto de nuestra experiencia. Por lo tanto los procedimientos de verificación de las hipótesis sobre el lenguaje y sus elementos o aspectos no consisten en hacer mediciones de realidades objetivas para compararlas con las predicciones de la teoría, ni en buscar las cosas de las que nuestras palabras son nombres, sino en razonar a propósito de textos sobre la base de la confianza en que un cierto entramado de categorizaciones nuestras "tenga sentido".

Esa confianza se nutre de hábitos que se consolidan en el marco de tradiciones de escuela. El trabajo que hace cada lingüista cuando investiga algo se refiere a categorías generadas por él o por sus maestros, y no podría realizarse si al mismo tiempo se cuestionase el sentido de esas categorías. No es posible estudiar las formas y funciones de los casos de una lengua si uno no confía en que la categoría de "caso" tenga en sí misma un sentido definido. Pero esa confianza no se basa obviamente en la comprobación empírica de que "los casos existen", sino en la demostrada productividad del trabajo basado en hablar de ellos. Se puede verificar empíricamente que en ciertas lenguas los finales de algunas palabras se modifican y dan lugar a la expresión de ciertas relaciones, pero categorizar eso como "casos" es una decisión condicionada por una determinada cultura gramatical.

Eso sí, una vez introducida una categoría, es posible realizar sobre los textos por medio de ella clasificaciones, estudios distribucionales y demás, que serán "verificables" en los términos de la categoría en cuestión. Esto genera un trabajo potencialmente "muy empírico", pero que puede ser también muy arbitrario y ajeno a la realidad. Y en todo caso "empírico" no significa aquí "independiente de la subjetividad del investigador", sino literalmente "experiencial", y por lo tanto inmerso en la dialéctica de la objetividad y la subjetividad tal como ésta se describe en la "Fenomenología del Espíritu" de Hegel.

En la historia de la gramática europea muchas palabras de la tradición se han seguido utilizando, pero con un sentido que ha ido variando con el tiempo, consciente o inconscientemente. No varían las palabras, pero varía el sentido de su utilización, y con él los hechos lingüísticos para cuya categorización se las utiliza, de modo que varía una parte esencial de su "semántica". De hecho no se puede verificar si en inglés hay o no hay casos mientras no se explicite el sentido en el cual cada lingüista singular usa el término "caso". En definitiva en inglés "hay casos" en el sentido de El Brocense y de Fillmore, pero no en el de Rumpel o Coseriu.

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2.2. Alternativas de categorización

Una teoría o una hipótesis lingüística no pueden aspirar por lo tanto a la clase de "objetividad" que consiste en "comprobar lo que hay". Su validez sólo puede juzgarse en función de la mayor o menor legitimidad de la manera como cada lingüista decide categorizar las piezas del lenguaje, sobre la base de una acepción de lo que él considera "lenguaje" o "lingüístico", que queda ampliamente en sombra y que, salvo excepciones como Humboldt o Coseriu, apenas le sería posible verbalizar de un modo sistemático y coherente.

Si se parte de la confianza en el valor ontológico de las palabras de la lingüística, se podrá "verificar" si tal o cual hipótesis científica es o no es "verdad", y esto se hará comparándola con lo que nuestras categorizaciones nos presentan como "los hechos". Pero desde el momento en que sabemos que esos "hechos" han sido establecidos y acotados por nuestro lenguaje disciplinar, tenemos que plantearnos si las decisiones implicadas en éste son respaldables o no, y de qué modo.


2.3. La opción idiomática

Volvamos al ejemplo de los casos. El marco categorial desde el cual consideramos que hay casos cuando hay desinencias asociadas a funciones sintácticas, y que no los hay cuando eso no ocurre, está diseñado con un propósito diferencial. Su lenguaje nos permite distinguir entre morfologías que consideramos pertinentemente diferentes, y por lo tanto comparar lenguas y/o estados de lengua por referencia al tipo de morfología que los caracteriza. Obviamente en este marco partimos de la base de que la morfología o "forma interior" de una lengua constituye uno de sus aspectos decisivos, motivo por el cual es objeto de conocimiento preferente del lingüista.

Ese marco nos permite también establecer como hechos distintos la expresión de una relación por medio de un caso y la expresión de una relación por otros medios, incluida la asociación de un caso y una preposición o preverbio. Nos permite igualmente evaluar el rendimiento funcional del inventario morfológico de una lengua particular en comparación con otras, ponderar su mayor o menor economía o redundancia relativas, o su mayor o menor grado de estructuración de la expresión. En suma: es un marco categorial que trata las lenguas como individuos pertinentemente diferentes, y que permite investigarlas por referencia a esas diferencias y a sus consecuencias funcionales para la articulación de la expresión.

Este propósito constituye una opción de conocimiento precisa, guiada por el interés por la diferencia entre idiomas y entre métodos idiomáticos de estructurar la expresión, un interés que se legitima en el marco de una cierta tradición humanística en la historia europea. A esta opción le subyace una acepción del lenguaje tan difusa como cualquier otra, pero con algunas características precisas. La forma gramatical de una lengua representa en esta acepción del lenguaje un cauce significativo para estructurar no sólo la expresión momentánea de cada individuo, sino también su categorización de la realidad. Esto, como todos sabemos, implica que individuos con idiomas diferentes viven en realidades parcialmente diferentes también. Implica que conocen el mundo de una manera parcialmente determinada por esa forma lingüística.


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2.4. La indeterminación idiomática

Ahora bien, dentro de esta misma acepción caben orientaciones diferentes. La que ha predominado más ampliamente en la lingüística europea ha sido la representada por el estructuralismo en sus diversas escuelas y derivaciones, que en general contempla la determinación de la cognición por el lenguaje como una especie de constante identificable y analizable para cada idioma o variante lingüística compartida. Algo de esto resuena en la problemática noción humboltiana del "carácter" de las lenguas.

Una opción alternativa dentro de esa misma tradición sería partir de que no es posible precisar ni hacer tangible el grado y modo de esa determinación. Ser hablante de un idioma, y no de otro, puede influir tanto en la identificación de "cosas" por medio de sus designaciones idiomáticas como en la manera de relacionar cosas e ideas (en la "lógica"), o en la manera de desenvolverse en la comunicación humana (en la "pragmática"). Pero en primer lugar siempre será posible replantearse conscientemente cualquiera de esas ideas y actividades y modificarlas voluntariamente, y en segundo lugar se pueden aprender otros idiomas e incorporar con ellos determinaciones alternativas de la propia conciencia y conducta, o más bien rechazarlas, o efectuar sobre unas y otras selecciones conscientes o inconscientes de todo tipo. Al recrear sentido a propósito de cualquier texto tenemos que mantener nuestra percepción individual abierta a esta variabilidad, lo que por ejemplo tiene un papel decisivo a la hora de traducir.

La influencia de la estructura lingüística sobre el desarrollo espiritual de la humanidad es pues no una constante determinable sino una variable individual e histórica, que no se deja capturar ni "factorializar". En la realidad del lenguaje, que sólo se produce en el hablar cada vez, el papel de la morfología idiomática en la cognición y el comportamiento expresivo y comunicativo de cada hablante u oyente no es determinable, pues forma parte de un proceso neurológico rigurosamente individual y extremadamente complejo, que en su mayor parte se sustrae a cualquier observación. Y no es cometido del lingüista determinarlo.


2.5. La opción universalista y el enfoque cognitivista


A diferencia de la acepción del lenguaje que parte de la pertinencia de las diferencias morfológicas entre los idiomas, en la historia del pensamiento lingüístico occidental se han desarrollado acepciones como el logicismo y el universalismo, así como gramáticas generativas de base sintáctica, que niegan ese punto de partida.

Cuando se parte de la idea de que las morfologías idiomáticas sólo son realizaciones particulares de principios universales, con diferencias que afectan sólo a aspectos "superficiales" de la expresión, se desvincula parte de la idea del "lenguaje" de toda particularidad histórica (geográfica y temporal, pero también biológica, social y cultural), y se presupone una estructura lingüística parcialmente común a todo ser humano hablante, y que sería parte de una hipotética estructura universal de la cognición humana, lo que en el siglo XVIII se llamaba "la lógica", pero ahora ya no. Ahora un ejército de neurocientíficos, psicólogos experimentales y cognitivistas intenta descomponer la inimaginable complejidad neurológica y bioquímica de nuestros procesos "mentales presuntamente lingüísticos" en "microhechos" identificables inequívocamente y susceptibles de manipulación experimental. Se elaboran por ejemplo listas de sonidos, letras, sílabas o palabras, y se organizan con ellas actividades de "sujetos de experimentación" que puedan medirse y protocolizarse, y que arrojen hechos o respuestas cuantificables y susceptibles de interpretaciones estadísticas.

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Aquí la categorización de lo lingüístico, es decir, la selección de "objetos" de la investigación en términos de "palabras", "frases", "fonemas", "significados", etc., corre al margen de las peculiaridades de los idiomas, y en general se basa en una familiaridad superficial del investigador con el discurso gramatical dominante en su entorno, con un claro predominio internacional de la conceptualidad generativista. Este tipo de investigación arroja graves problemas de identificación de su sustrato empírico, ya que lo que se mide y verifica son ante todo reacciones bioquímicas o comportamentales, en las que el componente lingüístico, ya de suyo difícil de acotar, se diluye en la complejidad de las motivaciones de cada individuo para reaccionar de una u otra forma a lo que se le presenta como estímulo.


III. La lingüística como "ciencia humanística" con "intención pragmática"

3.1. Non ad esse, sed ad melius esse

Kant, en su Introducción a la "Antropología con intención pragmática", plantea una tesis polémica, pero que yo juzgo enteramente certera: que cualquier descripción de las cosas humanas (del ser humano, del comportamiento humano, de sus instituciones, etc.) será siempre arbitraria, ya que dependerá del punto de vista desde el cual uno decida hacer tal descripción, y sobre cualquier objeto caben innumerables puntos de vista. Por eso él entiende que una Antropología, esto es, una teoría del ser humano como tal, sólo puede tener un sentido claro si se la hace con una intención pragmática clara, explícitamente conectada con el "imperativo categórico": la de contribuir a que el hombre haga lo mejor que pueda de sí mismo. El sentido de una antropología no es pues contar cómo es el hombre, sino elucidar qué es lo mejor que el hombre puede hacer de sí mismo en cada momento: non ad esse, sed ad melius esse. En suma Kant propone que las ciencias humanas, o el estudio humanístico en el que consiste una antropología filosófica, tengan por objeto mejorar al hombre. Y ésta es una perspectiva acorde con el "primado de la razón práctica", y resueltamente ética.

Obviamente este planteamiento es opuesto al de las ciencias humanas que se desarrollaron en Europa justo después de que él lo enunciase: al de las ciencias positivas como la lingüística histórico-comparativa o descriptiva, al de las filologías centradas en averiguar los "realia" que subyacen a los textos, al de la historiografía centrada en la indagación empírica de qué sucedió cuándo y dónde, y de qué modo, etc. Es también opuesto al famoso postulado de Max Weber sobre la necesidad de hacer ciencias humanas al margen de valores morales, esto es, sobre el imperativo de describir sin juzgar. Kant pretende que describir sin juzgar es poco menos que una pérdida de tiempo. Que yo apele ahora a esta propuesta, tan clamorosamente a contrapelo de las tendencias dominantes en las ciencias humanas de los dos últimos siglos, requiere ciertamente una aclaración y una justificación en profundidad. Porque no quiero ocultar mi abierta simpatía por la opción kantiana y por la filosofía que le subyace, y que es también la que subyace, más o menos conscientemente, a la lingüística, la filología y la antropología de Wilhelm von Humboldt.


3.2. Mi "interés de conocimiento" y sus presupuestos


Mi razonamiento a partir de ahora se basará tanto en mi experiencia como lingüista como en mi experiencia como "científica de la cultura" y como comparatista cultural. He dedicado una parte sustancial de mi actividad profesional en los últimos 25 años a trabajar en la Indología, un campo en el que me he dedicado sobre todo a textos religiosos, jurídico-morales,

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gramaticales y filosóficos. En mi condición de indoeuropeísta toda mi actividad traductora y hermenéutica ha estado presidida por la atención a la expresión verbal concreta y a sus connotaciones etimológicas, lo que implica una constante referencia a otras culturas emparentadas, y al tipo de "hechos" que en ellas adquieren relieve, denominación y tratamiento cultural tangible (religioso, moral, jurídico, literario, etc.). Y en mi condición, siquiera parcial, de filósofa, no he podido por menos de atender siempre de modo preferente a las ideologías que se expresan en los textos y a sus discursos legitimadores, así como a la comparación entre discursos legitimadores de las diversas culturas, incluidas las nuestras occidentales, con sus variaciones sutiles de un país a otro.


3.3. Los objetivos de la gramática en la historia y el objetivo humanístico


Se puede hacer lingüística de muchas maneras. La opción que ha tenido más adeptos en los siglos XIX y XX ha sido la de hacerla del modo más parecido posible a las ciencias de la naturaleza, esto es, la de asumir el paradigma de la objetividad común en ellas y adaptar la metodología de la investigación a los supuestos de ese paradigma. "Describir" es en este contexto una especie de "término primitivo": se supone que se puede describir lo que hay enun idioma, o en un texto, más o menos igual que lo que hay en el intestino de un ratón o en un estrato geológico. Ya he mencionado las insuficiencias epistemológicas de esta presuposición.

Entre los antiguos indios, cuando surge la pregunta de para qué hacemos gramática (y la pregunta surge una vez que existe ya la de Panini, con su asombrosa perfección formal), la respuesta que deviene canónica es la del gramático Patañjali: "se debe estudiar la gramática para proteger los Vedas". Patañjali no inventa este objetivo, sino que expresa algo que sabemos que estaba también en la base del trabajo descriptivo-prescriptivo de los sutras de Panini. Para nosotros hoy día resulta difícil entender que un texto como ése, que en la práctica es como un programa de ordenador, pueda ser el resultado del deseo de proteger los Vedas. Pero lo cierto es que el objetivo de los gramáticos alejandrinos no era tan distinto: en su caso se trataba de proteger la tradición literaria, cuyo representante más paradigmático era Homero. Se trata en ambos casos de hacer gramática contra el deterioro que el tiempo introduce en las lenguas, o sea, contra el cambio lingüístico que puede hacer ininteligibles, y por eso mismo vulnerables a la corrupción, los textos del pasado.

Esos textos están revestidos en ambos casos de una autoridad cultural fuerte: son textos inherentemente valiosos, y en todo caso más valiosos que otros. Es este valor diferencial el que justifica el esfuerzo por fijar sus reglas gramaticales y por registrar los significados de sus palabras. Lo que en India y Grecia era pues empeño por preservar un pasado valioso, se convierte por ejemplo en Nebrija en empeño por garantizar un futuro no menos valioso: él hace la gramática castellana para introducir en ella una uniformidad canónica que permita el desarrollo de una literatura y un pensamiento a la altura de los modelos clásicos. La estabilidad gramatical se percibe aquí como condición básica para la creación de productos culturales valiosos y duraderos.

El papel de la valoración cultural positiva que percibimos en los objetivos de estas viejas tradiciones gramaticales reaparece, aunque de otro modo, en la fijación de objetivos de la gramática racionalista. También aquí el discurso legitimador de la gramática se apoya en la necesidad de buscar una cierta excelencia humana, la que Arnauld y Lancelot perciben en "faire par science ce que les autres font par coutûme". Así pues, tanto los antiguos griegos como los humanistas europeos que intentan recuperar su cultura y sus valores se guían por el

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propósito de consolidar progresos efectivos de humanidad frente a la inhumanidad. Durante la etapa del racionalismo europeo incluso el lenguaje parece una base demasiado endeble para consolidar esos progresos, y se inventa una "razón" común a todos para garantizar la continuación de ese progreso frente a la tendencia de las lenguas a la dialectalización y a la corrupción fonética y morfológica.

Que el racionalismo era en algún sentido ingenuo es algo que entretanto se ha convertido en una especie de lugar común. Pero lo cierto es que su crítico más decisivo, que es Kant, no sólo no rechaza el objetivo humanístico de consolidar e incrementar el progreso en humanidad frente a cualquier forma de barbarie, sino que lo adopta como guía para toda metafísica futura. Su crítica de la razón pura, y su resuelta afirmación del primado de la razón práctica, son los correctivos que él introduce para poder preservar ese objetivo y permitir a nuestra cultura seguir avanzando, más allá de la alarmante rigidez en la que había caído la metafísica asociada al racionalismo.

Pues bien, es esta metafísica la que ha generado el paradigma de la objetividad de las ciencias de la naturaleza. Que Kant, en la misma medida que el propio Humboldt, se opusiese a ella a la hora de hacer antropología (y en el marco kantiano el estudio del lenguaje y las lenguas sería sin duda un quehacer antropológico) es consecuente con la preservación del objetivo humanístico de construir en cada momento la mejor noción posible de lo humano, la más opuesta a, y mejor defendida contra, la inhumanidad.


3.4. Comparar y juzgar


Comparar lenguas y culturas es un trabajo que confronta al investigador con todos los matices imaginables de lo humano y de lo inhumano. Es también, de acuerdo con Humboldt, el medio más eficaz de comprender lo humano en la forma alternativa al racionalismo, esto es, justamente en su inherente diversidad concreta, que llega hasta el extremo "microlingüístico" de que, como él dice, cuando dos personas hablan, el lenguaje tiende puentes entre sus individualidades, pero más bien acrecienta las diferencias entre ellas.

Humboldt nunca pierde de vista esta perspectiva de la mejora de lo humano, y por ejemplo cuando habla de las morfologías del griego clásico y del sánscrito, las trata como óptimos históricos, que no duraron mucho y cuya corrupción posterior él asocia con la decadencia cultural y moral.

No obstante Humboldt no sólo no rehusó estudiar lenguas culturalmente "inferiores", sino que justamente le interesó conocer todas las formas lingüísticas posibles, pero ciertamente con el fin de poder juzgar su mayor o menor idoneidad en relación con el ideal humanístico de la más plena, rica y diferenciada individualidad. Digamos que Humboldt consideraría estúpido no ver las ventajas e inconvenientes de las diversas estructuras lingüísticas. Cualquier persona medianamente políglota ha hecho también sus experiencias en esta materia. Sólo como ejemplo recordaré aquí las frecuentes invectivas del romano Lucrecio contra la egestas del latín y su falta de medios para expresar las sutilezas de la filosofía griega.

El objetivo humanístico obliga a valorar, e incluso me atrevería a decir que la más elemental decencia moral prohíbe no hacerlo. El estrecho contacto en el que estamos entrando miembros de tantas culturas en el mundo globalizado nos proporciona una y otra vez ocasiones en las que sería indecente no juzgar y condenar actitudes y elementos culturales clamorosamente lesivos de esa individualidad que propugnan Kant y Humboldt como un derecho universal. Y un elemento extrañamente nuclear de las culturas suele ser su ideología

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lingüística y gramatical. Este es un aspecto que ha llamado relativamente poco la atención hasta ahora en las ciencias de la cultura, pero que al menos a mí se me impone con evidencia cegadora.


3.5. Teoría crítica de la lingüística

Mi propuesta de una lingüística crítica es por eso la de un trabajo historiográfico y comparativo de las culturas lingüísticas y gramaticales, encaminado entre otras cosas a detectar las posibles complicidades ideológicas entre las gramáticas, teorías o ideologías lingüísticas y los otros componentes de las respectivas culturas y sociedades. Se trata de reconducir las conceptualizaciones y categorizaciones gramaticales de las diversas culturas, de sus diversas fases históricas, y en definitiva de cada individuo que hace gramática o lingüística, al contexto histórico en el que parecieron decisiones "objetivas", así como al nexo de aspiraciones e intereses que les han proporcionado y les siguen proporcionando sus discursos legitimadores.

Un lingüista puede proponerse muchos objetivos de investigación diversos, y no es "el lenguaje" el que obliga a ejecutar uno u otro de esos propósitos. En cambio es claro que sólo a partir del propósito desde el que cada uno diseña su opción investigadora es posible entender su lenguaje y el sentido de sus términos. La teoría crítica de la lingüística examina en cada caso la justificación de ese sentido. El primado kantiano de la razón práctica se traduce aquí en la tarea de verificar en cada caso hasta qué punto un nexo legitimador de una ideología gramatical es respaldable desde el punto de vista humanístico o no lo es.

Y no se trata de erigir ahora un ideal humanístico concreto y positivo en criterio o baremo para el juicio, sino todo lo contrario: se trata de sostener la negatividad de la crítica como el criterio sólo formal que permite identificar en cada caso hasta qué punto la libertad individual es o no es el referente ético último de cada opción. Se trata de obtener de la historia los medios para elevar en cada momento el techo crítico posible, examinando y discriminando desde las posibilidades del presente, incrementadas de este modo, los logros y retrocesos de los hombres en la comprensión de su condición lingüística.

Porque es un hecho comprobado, al menos según mi experiencia, que en materia de lingüística no sólo lo más reciente no es lo más comprensivo, sino que estamos asistiendo, desde comienzos del siglo XX sobre todo, a un casi generalizado retroceso de la conciencia crítica respecto del lenguaje y de su estudio, y a una regresión hacia posiciones ingenuamente metafísicas. Incluso los recientes cambios en los temas a los que se dedican los lingüistas, su progresivo apartamiento del trabajo gramatical y su acercamiento a "análisis de los discursos" más variopintos, presididos por los lemas postmodernos del rechazo a la llamada "alta cultura" y de la reivindicación de toda cultura y todo texto como igualmente merecedores de respeto, refleja hasta qué punto la conciencia crítica del lenguaje en Occidente ha entrado en un punto muerto, y se ha dejado arrastrar a posiciones demagógicas (ahora llamadas políticamente correctas), abiertamente contrarias a un humanismo exigente y realmente progresista.